Cazando recuerdos

Calle Nuestra Señora de Calatañazor, Soria.

Calle Nuestra Señora de Calatañazor, Soria.

Mis primeros recuerdos de Soria son apenas media docena de imágenes, vagas e inciertas en la memoria. Contaba yo quince abriles, y en mi clase del Instituto Santamarca se había organizado un fin de semana en esta pequeña capital de provincia. Veo un vagón de Cercanías y una treintena de chavales inquietos, jugando, charlando, mientras las soleadas colinas de una serranía parda y rojiza pasaban tras los cristales de las ventanillas. Veo después un día frío y nublado en una ciudad que es casi un pueblo, cubierta por la nieve entre áridas lomas baldías. Veo una cama antigua, grande, de madera, en una habitación de paredes azul celeste, desde cuya ventana hay una vista sin obstáculos hacia una plaza. La comparto con mi compañero Carlos Groizard, de quien secretamente envidiaba su ascendiente francés, sus delicados rizos castaños y esa desenvoltura, que sólo da la familiaridad, con que trataba a las chicas de clase. Veo un paseo en grupo hasta un otero cercano, desde donde se veían los campanarios de las iglesias, destacando sus oscuros sillares contra la nieve. Y veo por último, muy vagamente, la cálida iluminación de un bar al anochecer, y el tormento por la indiferencia que me mostraba la chica a la que yo quería, y a quien Carlos, en cambio, se permitía chulear.

Eso es todo.

Cuando, un cuarto de siglo más tarde, volví a Soria para residir un año, hurgué emocionado en la memoria para recobrar esos recuerdos y en vano los perseguí durante meses: las imágenes me resultaron elusivas como esos filamentos que a veces se desplazan errantes por nuestra retina y que, tímidos o traviesos, se esconden cuando intentas enfocarlos; y de ese mismo modo, cuanto más me esforzaba en precisar aquellos recuerdos con nitidez, en recuperar sus detalles y fijarlos para siempre en la memoria, más confusos y equívocos se me aparecían, más huidizos e irreales, como si hubieran sido invención o sueño. Tampoco fui capaz de identificar, con esta Soria que tenía por segunda vez ante mis ojos, ninguno de los lugares que aquellos fugaces fotogramas habían recogido. Me parecía como si estuviese tratando de superponer, al contraluz, dos dibujos que deberían ser iguales pero cuyos trazos no coinciden exactamente: pese a tener la certeza (¿cómo podría ser de otro modo? de que los viejos edificios de entonces, las iglesias, las plazas, las colinas, estaban ahí igual que en ese viaje de mi adolescencia, ambas copias no se correspondían. ¡Tan pobres y borrosos eran mis recuerdos! Y luego, claro, la ciudad tampoco era la misma. Aquella Soria de antaño era poco más que un pueblo, puro casco antiguo y nada más, mientras que la de hogaño era diez veces mayor, y nuevos barrios la separaban del campo y del paisaje.

Hoy, una década más tarde, he vuelto a Soria otra vez, pero ya no son aquellos lejanos recuerdos de mi adolescencia los que evoco, perdidos sin remisión, sino los del año que viví aquí, éstos sí nítidos, sólidos, cercanos. Tal vez se desdibujan un poco en los bordes como se erosiona una roca en sus aristas, pero ahora las imágenes son inconfundibles; mientras que aquellos otros de mi viaje con la clase del instituto no han hecho sino desdibujarse cada vez más, irrecuperables, como al cabo del tiempo se desdibuja un carboncillo sin fijador. Los nuevos suplantaron a los viejos, que no son ya sino recuerdos de recuerdos, retazos tal vez imaginados, el rastro dejado en la memoria por un esfuerzo de recordar.

Legendaria ermita de San Saturio, sobre el Duero a su paso por Soria.

Legendaria ermita de San Saturio, sobre el Duero a su paso por Soria.

 

Acerca de The Freelander

Viajero, escritor converso, soñador, ermitaño y romántico.
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Una respuesta en “Cazando recuerdos

  1. julio dijo:

    Un poema en prosa

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