Cuando Napoleón ocupó Cherasco, tras haber infligido varias derrotas a los piamonteses, les puso como condición (entre otras) para el armisticio la demolición de la fortaleza de Exilles, un emplazamiento militar inexpugnable que estimó demasiado peligroso como para dejarlo en pie. Se cuenta que su desmantelamiento y destrucción duró nada menos que dos años a base de trabajos y dinamita, hasta que quedó reducido a escombros. Sólo el pozo sobrevivió, una obra de mediados del s XVII, con sus sesenta metros de profundidad.
No obstante este esfuerzo destructor, dos décadas más tarde se emprenderían los trabajos para la reconstrucción del fuerte, precisamente -ironías de la historia- con los fondos de las sanciones que se impusieron a Francia para indemnizar los daños causados por la guerra; y de aquellas obras surgió la impresionante y sobrecogedora fortaleza que hoy en día podemos contemplar y admirar.
Con esta colosal edificación junto al encantador pueblo de Exilles, sobre un paisaje alpino espectacular, fueron recibidos mis primeros quilómetros en suelo italiano, causándome unas impresiones que van a dejarme huella indeleble. Pocas veces en la vida un conjunto de arquitectura y naturaleza me ha impactado tanto.
Es mi primera vez en Italia, pero me resulta difícil pensar que esta región por donde he entrado, el Piamonte, pueda dejar indiferente a algún turista; no sólo por su belleza y la chocante originalidad de sus pueblos, sino también por las costumbres y el carácter de sus habitantes.
Así, pues, siempre disfrutando de la amena conducción que ofrecen las carreteras alpinas, hice mi tránsito desde el racional y razonable ordeniamiento vial francés al absurdo e incomprensible caos de las carreteras italianas. Me refiero ahora a la nomenclatura: no voy a decir que no obedezca a lógica alguna, porque eso lo ignoro, pero desde luego jamás he conducido por ningún país donde resulte tan complicado seguir una determinada ruta: no hay carretera que preserve su nombre durante más de treinta quilómetros ni cruce en el que no cambien los números. Una verdadera confusión que dudo sea de utilidad a nadie.
Y eso por no extenderme hablando ahora sobre los hábitos de los italianos al volante, que dejo para mejor ocasión…
Si los Alpes en Francia -por comparación con mis domésticos Pirineos- ya me habían resultado majestuosos, en Italia me lo han parecido el doble. No sin motivo son tan turísticos, y tan frecuentadísimos por motociclistas. En esta parte de Europa conviene olvidarse de andar saludando a los moteros, pues resulta casi imposible compatibilizar la atención en la carretera con la fraternidad motorística; y no digamos si se quiere disfrutar del paisaje. El tráfico sobre dos ruedas es incesante. De modo que discúlpenme los cientos de moteros a cuyas “uves” no he prestado ninguna atención, pero mis prioridades han estado en otros aspectos de la ruta.
Y así llego al pintoresco y genuinamente piamontés Exilles, en el curso del alto valle del Dora, que me tiene todo el día con la boca abierta de sorpresa y admiración. Un verdadero hito en mi viaje. El pueblo, característico representante de los de esta zona, está todo construido en piedra y, cosa más curiosa, los tejados también: cubiertos por grandes y pesadas lascas de granito de dos o tres dedos de espesor que les dan un aspecto único.
El segundo elemento llamativo de este urbanismo rural es la disposición y la entrada a las casas desde las irregulares calles: a través de arcos (a veces verdaderos túneles) que pasan bajo otras casas y dan a patios o callejones interiores a los que, a su vez, se abren otros arcos, en una disposición final bastante laberíntica que, a veces, parece como si fuese una ciudad excavada en la roca.
Estas dos peculiaridades, junto con alguna otra singularidad urbanística, hace de estos pueblos del Piamonte lugares probablemente únicos en el mundo.
Otro elemento muy común en esta región son las fuentes-lavadero, de las que suele haber varias en cada pueblo, todas ellas construidas según idéntico patrón.
Mas la sorpresa que este estilo de pueblo, por completo nuevo para mí, me causó, quedó pronto oscurecida por la fortaleza que se yergue en sus afueras y con la que encabezo este capítulo.
Pocos sitios fortificados en el arco alpino occidental pueden preciarse de obras como la del relieve rocoso que domina el asentamiento de Exilles, construida y remodelada con un formidable soporte científico que fue desarrollándose, entre los ss XVI y XX, junto con las vicisitudes bélicas, recogiendo la evolución de las arquitecturas militares. Una fortificación condicionada por aspectos geográficos, orográficos y políticos en la frontera de los mayores bloques de poder, pues el valle del Dora siempre ha sido un pasillo territorial alpino fundamental, línea de conexión entre el norte y el sur de Europa, canal de ejércitos y, por tanto, tierra contendida entre las distintas naciones.
La aparición de los estados nacionales en el s XVI determinó una modificación de las obras de defensa en la proximidad de las fronteras. El valle del Dora, cruzado transversalmente por el límite entre las tierras de los Saboya y las del Delfinato, asistió al continuo aglomerarse de instalaciones fortificadas.
Entre 1562 y 1590 las milicias católicas y los franceses reformistas se enfrentan en cruentos combates religiosos, y la primera gran reforma militar de Exilles (entonces territorio francés) tuvo lugar en el siglo XVII: durante veinte años de obras el viejo castillo medieval se transforma en una fortaleza, reforzándose su frente con bastiones pentagonales e introduciéndose una completa revolución conceptual y estructural: se construye un pasaje cubierto para los fusileros, se profundizan los fosos, fortifícanse algunas puntas y cortinas, se racionalizan las cercas interiores y se erigen nuevas construcciones para la guarnición, alojamiento y bagajes.
Más adelante en el mismo siglo se acometen otras mejoras para acrecer el potencial logístico, como la de aumentar el espacio interior disponible aprovechando la gran plataforma rocosa frente a la explanada; pero en mitad de estas obras, a principios del s XVIII, el fuerte es sitiado, bombardeado y finalmente expugnado por los austro-piamonteses, concluyendo así la dominación francesa de esos territorios, que pasan a los Saboya en el tratado de Utretch.
Los Saboya reparan inmediatamente el fuerte para uso propio, introduciendo a su vez nuevas y más modernas modificaciones; y aunque los franceses intentaron sitiarlo, fue en vano: para entonces su defensa estaba ya demasiado perfeccionada. En esta nueva reforma se pone especial énfasis en integrar al fuerte en su entorno natural de roca, de manea que parezca una extensión de la misma; y esa impresión es la que prevalece en nuestros días.
Una obra colosal, única y diferente, que va más allá de los esquemas clásicos. La fortificación no se deja en manos de paredes y baluartes de piedra, sino que se confía a la roca misma, que se excava y moldea a conveniencia. Fosos, bastiones y cortinas no son otro que paredes de roca, donde sólo la cumbre es de albañilería.
Pero fue a finales del s XVIII cuando, como queda dicho, victorioso en otras batallas y habiendo apresado al príncipe de Saboya, Napoleón impuso, en el armisticio de Cherasco, la demolición del fuerte de Exilles. No necesitó conquistarlo, ni habría podido: estaba edificado casi a la perfección.
En la reconstrucción posterior al tratado de Viena se devolvió a su estado inmediatamente anterior, con las salvedades impuestas por los irreversibles daños sufridos en la roca. Pero, ¡ay!, perecedero destino el de las obras del hombre, a finales del s XIX las innovaciones tecnológicas determinan la progresiva obsolescencia de esta magnífica fortaleza. Los fuertes se revelan vulnerables a las nuevas armas, y el servicio de Exilles durante las guerras mundiales se limitó al de prisión, pues militarmente había perdido casi toda relevancia.
Creo que, tras estas explicaciones y fotos, puede comprenderse bien mi asombro. Para cuando logro pasar capítulo mental y emocional, ya casi se me ha ido el día. Encuentro alojamiento apenas cinco quilómetros valle abajo, en Chiomonte. Casi una réplica de Exilles. Los mismos tejados de granito, las mismas casas de enrevesada disposición, la misma fuente-lavadero de agua borbotante. No te pierdas este vídeo:
Según ando por sus calles en busca de un albergue, un hombre me pregunta: Cerca quelq’uno? ¿Busca a alguien? Es por si puedo serle de ayuda. La misma fórmula que emplearán luego conmigo en otros pueblos del Piamonte, y que no sé si nace de un sentimiento de hospitalidad o de la simple curiosidad; quizá de ambas.
Por cierto, y como última nota elogiosa, la “tapa” que te ponen en Italia con la cerveza de la tarde viene a ser prácticamente una merienda. Dos cervezas y ya te das por cenado.
Dear Pablo,
as usual, very interesting storytelling from You!
I really appreciate it and read with pleasure.
Artur
Thank you! I appreciate very much encouraging comments. :-)
Muy bueno el blog en general, me ha sorprendido y gustado, es curioso como la moto a veces te lleva a sitios mas alla de las carreteras