¿Qué es “globohomo”?

En los círculos informativos por los que me muevo se usa a menudo una palabra surgida en los últimos años y de fuerte contenido ideológico pero cuyo significado no es, en cambio, demasiado intuitivo: “globohomo”. Se trata de un “neologismo universal”, por así decir, en el sentido de que no pertenece a ningún idioma y su creación ha sido artificial; aunque es razonable suponer que, como la mayoría de este tipo de vocablos, habrá surgido en la esfera angloamericana. Es curioso -aunque no sorprendente- que, pese al tiemo que lleva ya circulando, no haya aún una entrada para ella en la Wikiprogre; pero más curioso aún (o tal vez no) es que en internet no haya ninguna página en español donde se explique su significado de un modo más o menos detallado. Cierto es que la iberosfera suele ser lenta en ponerse al día con algunas ideas y conceptos que van apareciendo (la inmensa mayoría de los cuales provienen de la anglosfera, que para eso es la que manda), pero la palabreja de marras no es tan nueva que se diga, pues data de hace como mínimo cinco años. Así que un servidor se ha propuesto la tarea de subsanar dicha laguna divulgativa mediante la publicación del presente texto. Para redactarlo me he basado principalmente en este artículo (en inglés) dedicado a globohomo, si bien, dado que no necesariamente comparto todos los puntos de vista que su autor expresa, he hecho mi propia edición, recortando o añadiendo de mi propia cosecha allá donde me ha parecido conveniente.

Sin más, les presento a Globohomo.


A estas alturas, los internautas más atentos habrán ya advertido no sólo la existencia del vocablo ‘globohomo’, sino su cada vez más frecuente aparición en la red. Aunque es una palabra compuesta por dos elementos, su combinación adquiere un significado propio, que es usado sobre todo por los conservadores más críticos y casi siempre en tono despectivo.

En su concepción más siniestra, globohomo es una degeneración global promovida por los medios de comunicación colectivos y encauzada a glorificar el materialismo y el consumo sin sentido, destruyendo los lazos sociales existentes y sustituyéndolos por beneficios materiales o simple placer sensual. La sociedad hacia la que se encauzan los esfuerzos del programa globohomo se asemejaría, en versión universal, a la descrita por Aldous Huxley en Un mundo feliz, donde postulaba una población felizmente sometida en masa mediante la satisfacción de todos sus anhelos animales básicos. Se trata, pues, de un curioso y tenebroso experimento social; pero ¿qué globalista no sueña con jugar a ser Dios?

Pero veamos cómo han acuñado esta palabra para intentar comprenderla mejor.

La primera mitad, ‘globo’, hace referencia al globalismo e indica que estamos ante un fenómeno, o más bien una estrategia, puesta en marcha por los poderes globalistas y que, en consecuencia, aspira a alcanzar todos los rincones del planeta. En este sentido, la idea es eliminar las culturas locales a todos los niveles: nacional, regional, de comunidad y -sobre todo- familiar. Cualquier vínculo cultural preexistente que dé al individuo sentido de unidad y pertenencia a un grupo social y que dé a éste cohesión supone un obstáculo para la expansión de la “ideología” que el globalismo quiere imponer, y por consiguiente debe ser erradicado o, al menos, debilitado al máximo. El individuo que se siente seguro y respaldado por su comunidad, que se mueve con confianza en su propio medio y que cree en determinados principios y valores bien asentados (por muy infundados o supersticiosos que sean, como las religiones) es mucho más difícil de manipular, de convencer o de “convertir” a la nueva religión globalista. Por eso el ideal es crear el máximo número de ciudadanos desarraigados y desamparados, que se sientan huérfanos, a fin de ofrecerles luego la -por supuesto falaz- tabla de salvación de “pertenencia a la comunidad global”; comunidad que, a la hora de la verdad, no es más que un mundo de consumidores en masa que encargan comida basura por Amazon mientras ven series basura por Netflix.

Pese a que en general son los herederos ideológicos de las izquierdas tradicionales quienes unánimemente se han alineado con el globalismo (se desconoce con certeza la razón, pero puede que se encuentre en la desaparición de la clase proletaria, que al dejar a las izquierdas sin causa a la que apoyar éstas han sustituido la opresión capitalista por la heteropatriarcal, la racial o la neocolonial y ahora defienden todo el programa que les ofrece el globalismo), éste está promovido por representantes del capitalismo más arquetípico, que son además, en realidad, enemigos de las clases trabajadoras y modestas; en otras palabras: por la banca e instituciones financieras internacionales, las cuales, en su insaciable avidez por la riqueza y el poder (por muy tópico que pueda sonar, esto sigue siendo cierto) necesitan un constante abaratamiento de la mano de obra, lo cual, vía inmigración indiscriminada y deslocalización de la industria durante los últimos treinta años, ha causado una dramática reducción de la clase trabajadora en Occidente.

La segunda mitad del palabro, ‘homo’, hace referencia a la homosexualidad, aunque en su sentido más lato: no se limita sólo a ella, sino que incluye todas aquellas desviaciones, inclinaciones o conductas sexuales que de un modo u otro supongan rechazo o imposibilidad de tener descendencia y fundar una familia. Al ser el elemento básico y esencial de toda estructura social, la familia es también el último y más duro reducto con capacidad para obstaculizar al globalismo y a su pretendido adoctrinamiento de las masas hacia nuevas ideologías. Por eso la función esencial de este componente ‘homo’ es fomentar comportamientos y actitudes incompatibles con una familia tradicional sana; inducir al individuo a no crear una o a desestructurar la que ya tenga.

En este aspecto, quizá el ejemplo más obvio de Globohomo en acción sea el invento y popularización forzada de la moda consistente en identificarse uno mismo como una persona “trans” de cualquier tipo. La presión mediática colectiva ha inducido a millones de jóvenes en el mundo a plantearse que ellos “también” podrían ser “realmente” del sexo opuesto a aquél con el que nacieron. Esta transexualidad es agresivamente promocionada a causa de su enorme potencial destructivo, ya que todo joven que “decide” que es una mujer tiene bastantes menos probabilidades de fundar una familia (no digamos ya una saludable) y bastantes más de perjudicar a la suya, a causa de los disgustos que -posiblemente- ocasione a sus hermanos, padres y abuelos.

En consecuencia, y como es lógico, casi toda la tribu de gente que tiene algún tipo de disfunción psico-sexual se encuentra o bien entre los coadyuvadores a globohomo, o entre sus aplaudidores; pero, curiosamente, no entre sus creadores: ellos, las élites globalistas, suelen tener familias bastante sanas y, no infrecuentemente, numerosas. ‘Homo’ es para el populacho, no para ellos.

Al mismo tiempo, la estrategia globohomo pone enorme énfasis en otorgar el derecho legal (ex novo si es preciso) a cosas que nadie habría creído necesarias de no haber sido previamente convencido (como casarse con otro hombre, idea que ni siquiera a los auténticos homosexuales se les habría ocurrido), es decir, a cosas que la gente ni pide ni precisa, en tanto que procura deslegitimar o presentar como “retrógradas” y “reaccionarias” actitudes o aspiraciones que toda persona normal solía hacer y querer hasta hace sólo unas décadas, como por ejemplo sacar adelante a una familia con un único salario. Los medios de comunicación colectivos llevan lustros trabajando de manera incesante para crear en nosotros la impresión de que la vida es ahora mejor de lo que fue nunca antes (¡gracias a que por fin se ha superado el azote de la homofobia!), cuando la realidad es que está volviéndose mucho peor, medida con el patrón del bienestar autopercibido.

Es relevante mencionar que otra de las estrategias clave de Globohomo son sus decididas iniciativas en apoyo y promoción de las políticas de incremento de la inmigración africana, musulmana e iberoamericana (siempre, claro está, bajo el lenitivo epígrafe de “refugiados”, que toca mucho mejor la fibra sensible de la población objeto), pues dicha masa humana tiene la doble virtud de aumentar el suministro de mano de obra barata y socavar los consolidados lazos naturales de solidaridad preexistentes a nivel nacional o regional.

Como puede deducirse de todo lo anterior, el movimiento globohomo es profunda y manifiestamente anti-espiritual, evidencia de lo cual son tanto la insaciable avaricia, el fetichismo consumista del capitalismo moderno que lo impulsa como la hedonista fijación con la pedestre búsqueda del orgasmo que fomenta. Esta obsesión con los genitales, lo material y lo superficial, junto al desprecio por la búsqueda y el conocimiento espirituales, son patrones mentales directa o indirectamente asociados a -entre otras- una característica común: el terror a la muerte, típico -aunque no exclusivo- de las personas sin fe.

Globohomo tiene, además, las propiedades de un cáncer y, como tal, una vez creado tiende a expandirse por sí solo hacia el espacio cultural, destruyendo toda la auténtica diversidad que quedaba (que aún queda) y sustituyéndola por una Disneylandia colectiva para beneficio económico y perpetuación, mediante el control social, del satu quo de sus creadores, una clase supranacional que, por definición, carece de lealtad hacia nación ni estado alguno. La creciente preponderancia de este fenómeno es una de las principales causas por las que muchas personas en todo Occidente sienten que su calidad de vida está disminuyendo a pesar del evidente progreso material y tecnológico de nuestras sociedades.

Acerca de The Freelander

Viajero, escritor converso, soñador, ermitaño y romántico.
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