En marzo de 2021 se produjo un incidente insólito -tanto que, para quienes no lo presenciaran, resultaría difícil de creer- en el hospital Vía de la Plata (grupo Hospitales Parque), en la pacense localidad de Zafra. Los hechos fueron los siguientes:
Un paciente, en tratamiento por un prolongado trastorno ansioso-depresivo, acudió a una cita con el siquiatra del hospital. En la consulta, lo puso al día de su evolución, le pidió que le actualizase el tratamiento y, por último, que le facilitase un informe clínico. El médico, que desde el primer momento le había mostrado muy poca empatía, al escuchar esta petición adoptó una actitud abiertamente hostil y lo acusó, con singular grosería, de albergar intenciones fraudulentas; en concreto, la de querer impostar una incapacidad laboral. Además, a partir de ese momento ya no quiso atender a las razones que el enfermo le ofrecía ni escuchar sus protestas por aquel hostigamiento emocional que estaba recibiendo de quien, se supone, tenía el cometido de mitigar el padecimiento mental de sus pacientes, no el de agravarlo. Cualquier médico es libre de sospechar que quien tiene enfrente es un deshonesto ciudadano, o incluso un potencial estafador del sistema sanitario (de lo cual, seguramente, no faltan casos), pero no tiene derecho a elevar esa sospecha al rango de certeza y, menos aún, a reprochárselo zafiamente al presunto engañador. En el caso de un siquiatra, esta improcedente conducta resulta aún más grave debido a la naturaleza particularmente delicada de las dolencias que corresponden a dicha especialidad: lo correcto y profesional habría sido guardarse las sospechas para sí y atender al paciente con corrección y respeto, pues no es función de la medicina juzgar al enfermo ni, menos aún, condenarlo.
Pues bien: este especialista, tras imputarle un animus fraudandi, se negó también a facilitarle el informe solicitado y acabó negándose incluso a seguir tratándolo, prohibiéndole que volviese por su consulta; dicho lo cual, lo despidió sin miramientos y en tal tono que las voces pudieron escucharse al otro lado de la puerta. El paciente, según salía, y confundido por esas duras palabras, se las reprochó al médico con estas otras: “¡pues valiente siquiatra que está hecho usted!”; a lo cual el facultativo, no dispuesto a asumir el desprestigio público a que él mismo, con su comportamiento, se había expuesto, salió de la consulta tras él y, ante todos los presentes, le espetó a voz en grito: “¡tú lo que eres es un sinvergüenza, un jeta, un puto jeta!”, al tiempo que se palmeaba la mejilla con la mano para hacer más gráfica la ofensa. El paciente, paralizado por la sorpresa ante tan inaudita actitud, volvió a echarle en cara su nula profesionalidad e indigna forma de tratarlo, mientras que el otro, visiblemente alterado y presa de la soberbia, persistió en sus insultos a la vez que, dirigiéndose a los asombrados testigos, les revelaba detalles médicos y datos de la vida privada del paciente, información cuyo secreto tenía la obligación legal, profesional y deontológica de guardar. Ante este atropello, el maltratado enfermo reccionó dirigiéndole palabras de descrédito, lo cual le valió una respuesta aún más desproporcionada del siquiatra, que se le encimó y, con la mano en alto, en ademán de golpear, le gritó: “¡lárgate o te pego una hostia!”
A partir de aquí, la tensa situación se mantuvo durante unos minutos, a lo largo de los cuales uno persistía en sus ofensas de “sinvergüenza, puto jeta” y en sus amenazas de agresión, y el otro se defendía insistiendo en desacreditarlo, si bien en actitud físicamente pasiva; y si no llegó a recibir el inminente golpe fue porque uno de los testigos de aquella escena se interpuso entre ambos y logró calmar al iracundo médico.
Entretanto, al ruido de las voces habían acudido varios empleados del hospital, ninguno de los cuales tuvo la decencia de arropar ni defender al denigrado enfermo: antes al contrario, no faltó quien se sumara al hostigamiento que recibía. Finalmente, el siquiatra, sin dejar de proferir insultos y amenazas hasta el último instante, se decidió a volver a su consuta, dejando al su víctima libre para marcharse, aunque presa de gran abatimiento nervioso y emocional.
Esto es real? Alguno va a heredar.
Hola Pedro. Real y fidedigno. He ahí lo paradójico de esta historia: resulta tan increíble, que quienes la escuchan tienden a desconfiar de su veracidad.