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Una gasolinera. Lleno el depósito y me acerco a pagar. Al tenderle mi tarjeta a la cajera, la mira con susto y retira un poco el cuerpo, escondiendo las manos a la espalda; como si le hubiesen mostrado un alacrán y temiese una picadura. Parece que no ha visto una Mastercard en su vida; quizá por aquí no se estilan, y se niega a aceptarla. Pago en efectivo y me largo. Son desconfiados estos letones, sobre todo en las gasolineras. Ya otra vez hube de marcharme sin haber repostado.
Es una mañana espléndida, soleada pero no calurosa: un tenue velo de nubes medias resta fuerza a los rayos solares. Veintiún grados. Aunque estamos a primeros de septiembre, el otoño ya ha llegado a esta tierra. Los árboles empiezan a desprenderse del foliaje y algunas de las carreteras por las que vengo –interminables rectas de diez o quince quilómetros– lucen soberbios paisajes. Atraviesan bosques y sembrados, pasan junto a granjas y arboledas, arados y barbechos, una campiña pintoresca y variada que ameniza el trayecto y aligera el ánimo. A trechos, ruedo bajo una lenta nevada de hojas amarillas, que caen a mi alrededor rozándome el casco o arremolinándose al paso de Rosaura. De cuando en cuando, un caserío. Por aquí aún utilizan, para la agricultura, una maquinaria que, en la otra Europa, sólo puede encontrarse ya en los museos etnográficos; tan anticuada es; y eso le da aún mayor atractivo a este agro letón.
Viajo, no obstante, por estas regiones con el pesar de no comprender ni enterarme apenas de nada, a causa del idioma. Es difícil, sin conocer una sóla palabra, empezar siquiera a entender de qué van estas sociedades que a mí se me antojan tan “del este”, del desaparecido Telón de Acero, aunque bien puedo equivocarme.
Hablando de idiomas, una idea se me viene a la cabeza todo el tiempo: desde un punto de vista algo lejano en el futuro, ¿a dónde van estos bálticos con sus tres idiomas raros, minoritarios y dispares? El estón aún pase, por ser primo del finés y tener, así, cierto respaldo de otros cinco millones de hablantes; ¿pero y el letón y el lituano? Son las lenguas indoeuropeas vivas más arcaicas del orbe, habladas nada más que por dos y tres millones de personas, respectivamente; ¡y ni siquiera son mutuamente inteligibles! ¿Alguien sabe de alguien que los estudie? ¿Quién lo haría? [Nota: al parecer una lectora de mi blog estudia estón y lituano; sorprendente estadística.] Máxime cuando en los tres países el ruso está muy extendido y lo entiende casi todo el mundo. ¿Quién que –digamos– quiera vivir o trabajar en Letonia va a estudiar letón, pudiendo estudiar ruso que le sirve además para comunicarse con medio continente asiático? Poco porvenir les veo yo a esas lenguas en nuestro mundo global. Y, desde luego, lo mismo puedo decir del gallego, el vascuence, el gaélico y muchos otros.
Rëzekne es una curiosa pequeña ciudad, con una estructura urbana inversa a lo habitual: en su corazón contiene un pueblo de trazado rectilíneo y viejas viviendas individuales, de madera, anexas a parcelas ajardinadas o incluso pequeñas huertas, un poco al estilo de esas urbanizaciones lujosas que estamos acostumbrados a encontrar en el extrarradio de nuestras ciudades, sólo que aquí se trata de un distrito pobre. Poco tráfico, pocos peatones y casi ningún comercio. Alrededor de este núcleo –de este pueblo que parecen haber respetado–, como un anillo urbano ha crecido la ciudad nueva y el centro propiamente dicho, donde están las tiendas y pasan los coches y el transporte público. Sería interesante saber qué tipo de desarrollo ha tenido lugar aquí.
Pero no es Rëzekne mi destino para hoy, sino más al sur. Asi que, visitada esta ciudad, continúo, eligiendo como de costumbre la ruta menos transitada, que atraviesa el parque nacional Razna, pasado el cual seguiré hasta Kräslava –apenas a 10 km de Bielorrusia–, donde espero encontrar alojamiento.
En algunos tramos de este recorrido, el atractivo del campo letón me cautiva con fuerza: a veces no hay, en lo que abarca la vista, la menor manifestación del progreso. Es como si, cincuenta años atrás, se hubiesen quedado estancados en el tiempo. Las casas, los graneros, los establos o almacenes son todos de madera vieja, con frecuencia pintados de colores vistosos: amarillo, ocre, rojo inglés, etc., quizá para compensar, visualmente, la falta de sol; escuálidos tractorcillos, trasnochadas aventadoras, oxidados trillos, sempiternos almiares… nada aquí parece haber acusado el cambio de siglo.
Llego a Kräslava, pero no doy con ninguno de los hoteles que vienen en mi mapa; ni siquiera con los que aparecen en los letreros informativos que hay en varios puntos del pueblo. Todos parecen haber desaparecido. Bueno, todos menos uno que he logrado encontrar después de veinte minutos dando vueltas: ocupa una casa baja de cemento, fea, junto al río, y por todo letrero tiene un papelito detrás de la ventana: hotel. Pero, después de todo, está también cerrado. No hay más remedio que continuar hasta Daugavpils.
Y aquí estoy. Al final, el día se ha saldado sin bajas, pero con nada menos que 260 km en el marcador; una de las etapas más largas del viaje. Para los estándares de esta región europea, Daugavpils es una ciudad bastante grande (la segunda más poblada del país), y ya ocho quilómetros antes de llegar empecé a notar la densidad del tráfico en la carretera. Cruces, semáforos, barrios dormitorio –bastante sucios y desangelados, por cierto– y un espeso entramado ferroviario en las afueras hacen la entrada a Daugavpils aún más lenta. Pero, una vez dentro, resulta bastante bonita: calles anchas de grandes manzanas con espaciosos patios interiores o zonas ajardinadas en la trasera de los edificios, muchos parques y árboles, y un tráfico bastante contenido le dan al visitante una agradable sensación de holgura, de no estar en un hormiguero. Luego, sus edificios, decimonónicos casi todos, tienen cierta elegancia, y me recuerdan a los barrios viejos de muchas ciudades polacas. Eso sí: al igual que Rëzekne, Daugavpils parece estar tomada por los rusos, porque casi no se oye otra lengua.
Por cierto que tampoco me ha sido fácil encontrar hospedaje aquí, porque –como en Kräslava– casi toda la información está desfasada. Los viejos hoteles ya no existen, probablemente desplazados por las modas “globales”. Al final he venido a recalar en un hotelillo a cargo de un ruso que no tenía ni papa de inglés… ni de letón, supongo. Pero nos hemos entendido, porque la cosa no tiene mayor misterio: ver la habitación, cuánto cuesta, ok. Ni registro de viajeros, ni factura ni leches. Dame el cash y toma la llave. Eso sí, al ver la moto me ha abierto el portón de un patio interior para que esté más segura por la noche. Después de todo, la gente es decente. Incluso los rusos lo son.
El caso es que, pese a anteriores comentarios y cierta modernidad, en estos países bálticos aún salta el esmalte en cuanto se rasca un poco, y aparece el Bloque del Este. Por ejemplo el transporte público, para el que –aparte los viejos tranvías– utilizan aquí esos microbuses llamados mashrutki, típicamente amarillos, que son casi un símbolo de identidad en, al menos, Rusia y Ucrania.
Lo que no veo por ninguna parte, ni siquiera después de patearme todo el centro, son restaurantes de comida local. No he encontrado ninguno. Aquí todo son hamburgueserías, kebab y pizzerías. Si existe la cocina letona, deben de estar guardando celosamente las recetas para sí, en la intimidad de sus hogares.
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Anochece ya. Como voy hacia el sur y se acerca el equinoccio, a lo largo de la última semana las noches se han normalizado mucho, para mi sosiego. Por estos países, donde las ventanas no tienen quitaluces, los largos días boreales me agravaban el insomnio. Ahora, en cambio, amanece sobre las siete y oscurece sobre las nueve, y es así como como Dios manda que sea.
Yo misma estoy aprendiendo leton,lituano,y estonio (despues de haber aprendido ruso )por el simple hecho de que conozco muchisimos de alli (aunque mas bien de Lituania y de Estonia,los de Letonia si suelen saber ruso ),que no saberuso y no quiero comunicarme en ingles con ellos pq odio usar ese idioma .Por otra parte si piensas que en Estonia y en Lituania todos s aben ruso estas muy equivocado pero completamente XD.Pro cierto el estonio es primo del fines pero no hermano.Diego que son primos pq se parecen y son de la misma rama pero los fineses no entienden estonio salvo algunas palabras sueltas dicho por ellos mismos. Un saludo .
Gracias por tu comentario y por proporcionarme un dato para mi exigua estadística de gente que aprende un idioma báltico. En cuanto a la población que habla ruso, según varias fuentes consultadas, entre ellas la propia wikipedia (que con frecuencia minimiza las estadísticas), el 66% de los estones entiende el ruso y puede hablarlo, al igual que todos los lituanos escolarizados mayores de 35 años, que deben ser unos cuantos. Tan equivocado no estaré. Por otra parte, el ruso está empezando a resurgir en lituania, como es predecible. Y pronostico que de aquí a 50 años volverá a cobrar mucho peso. (http://www.lithuaniatribune.com/14163/russian-language-usage-in-lithuania-comes-back-201214163/) Por suerte o por desgracia, las lenguas tan minoritarias tienen sus décadas contadas en este mundo global. Como eres joven, seguramente tienes más contacto con la generación de bálticos que menos habla ruso, los hijos del rechazo al período soviético. Pero la gente de mi edad lo habla. De hecho, en mis viajes por esos países, no sólo escucho el ruso con muchísima frecuencia, sino que al ver que soy extranjero es corriente que traten de hablarme en ese idioma. :-) Saludos.