Breve opinión y crítica de Soros, rompiendo España

Vaya por delante, a modo de advertencia, que sólo conozco al señor Juan Antonio Castro a través de su habitual presencia en el insustituible programa de análisis político El gato al agua y que, en general, me parece un hombre respetable, hacia cuyas opiniones e intervenciones profeso bastane afinidad; pero ambas circunstancias no pueden, no deben impedirme ser crítico con una de sus obras cuando así me lo dicta el juicio.

En este libro, los autores (Aurora Ferrer y Juan Antonio Castro Arespacochaga) tratan de explicarnos -o quieren convencernos de- que el magnate de las finanzas internacionales George Soros ha sido agente indispensable en los acontecimientos que desembocaron en el referéndum secesionista catalán del 1 de octubre de 2017. El tema, desde luego, presenta un enorme atractivo, sobre todo para quienes desean la permanente indisolubilidad de la nación española; pero es precisamente esta circunstancia la que, a mi parecer con dudosa honestidad, se aprovecha para inducir al potencial comprador a efectuar un desembolso bastante poco provechoso. Intentaré, a lo largo de este artículo, explicar por qué opino así, pero ya avanzo que Soros, rompiendo España me parece una obra decepcionante, mediocre y muy mejorable. No llegaré a tanto como desaconsejar su lectura (siempre alguna idea puede uno sacar en claro), pero desde luego no recomiendo su compra porque me parece que no se debe recompensar una publicación que crea deliberadamente injustificadas expectativas (pronto desmentidas, eso sí, por su pobre contenido).

Para poner cierto orden en mi análisis, lo dividiré en tres partes: forma, contenido y conclusiones.

La forma

Si atendemos a la redacción, a lo gramatical y literario, a la edición en sí: lo que concierne a la sintaxis, ortografía, puntuación, mayúsculas, sangrados, etc., enseguida se echa de ver que son bastante deficientes: no es ya que el libro parezca el trabajo de un mal universitario o de un pésimo literato (que lo parece, y mucho), sino que la editorial no le ha dedicado ni un mínimo esfuerzo de revisión; que no se han gastado ni un céntimo o invertido un minuto en correcciones antes de mandarlo a imprimir. Da toda la sensación de que se han limitado a mecanografiar unos apuntes a ordenador, darles formato de paginación y, sin tan siquiera pasarles el corrector automático del procesador de textos, llevarlos a imprenta y ponerlos a la venta. Sería proceloso y aburrido consignar aquí todos y cada uno de los fallos que he encontrado (y, además, tampoco quiero darles hecho un trabajo que les correspondería a ellos), pero valgan algunos ejemplos para ilustrar lo que digo:

– En la pág. 114 encontramos la palabra dwe (“miembros clave dwe Integrity Initiative”, sic) y en la 97 la palabra the (“the reconocido prestigio”).
– En la pág. 98 hay una expresión ininteligible para el común de los lectores: “una carta enviada a Donald Tusk, cc. Frans Timmermans”. ¿Quién carajo sabe lo que significa “cc.”? (Yo se lo digo: son las siglas en ingleś de carbon copy, que coinciden -por pura casualidad- con las de su traducción al español: “con copia a”.) Una bobada, sí, pero poco les habría costado aclararlo.
– Frecuentes incorrecciones ortográficas como “gobierno central Español” o “Embajadas Británicas” (ninguna de esas palabras se escribe con mayúscula), o escribir “sobretodo” en lugar de “sobre todo”, falta que ningún universitario debería permitirse.
– Expresiones como “antes de todo” (en lugar de “antes que nada”, pág. 118) o “Se pregunta el diputado británico de por qué las agencias…” (sobra el “de”).

Hay muchos más, pero aquí lo dejo. Son sólo algunos ejemplos de errores y malos usos que hasta el corrector ortográfico más básico habría subsanado, y que ya de entrada delatan la mala calidad de la publicación; lo cual, por cierto, no tendría tanta importancia si, al final, el libro resultase una lectura provechosa; pero no lo es.

No sólo en lo gramatical deja esta edición mucho que desear, sino también en lo puramente literario. Por ejemplo, comienza el libro haciendo una pésima metáfora del principio de incertidumbre de Heisenberg (aplicada al fenómeno de “reflexividad”) que sólo sirve para poner en evidencia la ignorancia de los autores sobre el mismo y para despertar la cautela del lector que entienda algo sobre física; cautela cuya oportunidad se ve pronto confirmada, pues ese mismo atrevimiento que demuestran al invocar atolondradamente dicho principio es lo que los lleva más tarde, a lo largo del texto, a cometer errores lógicos y argumentales de bulto. Otro ejemplo: en un fragmento donde exculpan a Rusia de responsabilidad en el procés catalán, se dice que la estrategia geopolítica de Putin es como “una rémora del que es verdadero tiburón”, queriendo decir que dicho país se beneficia del complot sin participar en él; pero resulta que, según el diccionario, rémora es quien retrasa, dificulta o detiene algo, no quien sale beneficiado por ese algo (y que sería, por tanto, el último interesado en retrasarlo, dificultarlo o detenerlo). Ambas metáforas, asombrosamente pobres, dan una buena pista sobre la mediocridad del texto.

Por otro lado, hay un aspecto, a caballo entre la forma y el contenido, sobre el que me parece interesante detenerme un momento: se trata de un vicio consistente en el uso (y abuso) del condicional para determinadas afirmaciones: esa fórmula, tan falta de rigor y compromiso informativos, que condiciona una aseveración a su propia veracidad previa; es decir, a sí misma; lo cual se lleva a cabo con frases al estilo de: “Fulano habría hecho tal cosa”, donde la indefinición verbal (y la falta de compromiso) es tan grande que ni siquiera lleva la condición implícita, sino que se omite por completo. Dichas frases insinúan más que aportan información. ¿Qué significa, por ejemplo, decir que Juan habría financiado a Luis? Ese condicional tira la piedra y esconde la mano, pues en el fondo sólo encierra la siguiente premisa elíptica: si fuese cierto lo que digo, si no estoy equivocado, si mis sospechas son fundadas...; premisa que, debidamente ubicada en la frase, conduce a una vana e irrelevante tautología: si A, entonces A; si es verdad que Juan ha financiado a Luis, entonces Juan ha financiado a Luis. ¡Qué precariedad argumentativa, señores Castro y Ferrer!; o peor aún: ¡qué tomadura de pelo!

El fondo

En cuanto al contenido, al tema que se expone y al modo como se hace, estimo que no pasa de ser -como ya adelanté- un pseudo-ensayo, poco riguroso en lo argumentativo y bastante sesgado en las valoraciones y presupuestos. Los autores nos exponen lo que ellos denominan -con notable autocomplacencia- sus investigaciones sobre la presunta injerencia (directa o indirecta) de Soros y su entramado de entidades en la revolución amarilla catalana, y van poco a poco desgranando (a modo de certezas, pese a su poca validez lógica) sus conclusiones al respecto; pero aparte una exposición general del panorama sociopolítico nacional e internacional referido al innegable proceso de acrecencia económica y homogeneización ideológica y cultural a escala planetaria que el magnate húngaro promueve y afianza por todos los medios a su alcance, el resto del texto es apenas una relación pobremente ordenada -y peor aún coordinada- de hechos, estamentos, empresas, personajes, artículos, enlaces, etc., de los cuales supuestamente se induce la certeza de dicha injerencia.

Para empezar, confiesan Castro y Ferrer haber obtenido de fuentes abiertas su información; pero esto de las “fuentes abiertas” lo que significa es que no hay detrás una verdadera labor de investigación periodística: su libro se limita a darle hecho al lector el trabajo que éste podría hacer por sí mismo sin mover el trasero del sillón de su casa, simplemente consultando las hemerotecas. En efecto, lo único que nos proporcionan, primando además el número en detrimento del rigor, es un aluvión de pistas no necesariamente concluyentes donde se repite falazmente, ad nauseam, aquello que se pretende demostrar; y, pese a los varios “grafos” (así los llaman) dizque didácticos que incluyen, no se le ahorra al lector la ardua labor de clasificar y relacionar la maraña de datos para entender por fin si de tal laberinto -que más bien oscurece que no aclara la exposición- es posible determinar de modo inconcuso la culpabilidad del reo respecto al principal cargo que -aunque sea en grado de tentativa- se le imputa: romper España. Además, se nos pide que hagamos un acto de fe y creamos sin otra evidencia alguna que dichos datos “no representan más que una mínima parte de todo lo que permanece oculto y no ha podido ser identificado a través de la metodología de inteligencia en base a fuentes abiertas”; pero esta afirmación, amén de una ampulosa retórica (eso de identificar a través de la metodología de inteligencia en base a fuentes abiertas es un circunloquio, una burla, que sólo significa encontrar en internet), encierra una falacia, pues cuando encuentras algo, ¿cómo sabes que es sólo la punta del iceberg de lo que no has encontrado?, ¿por qué das por sentado que hay más? Es lo mismo que ocurre con la materia oscura del universo: si no podemos verla ni detectarla, ¿cómo sabemos que está ahí? Aunque en este caso los astrónomos, al menos, nos cuentan las razones que los llevan a postular la existencia de dicha materia y el modo indirecto de cuantificarla.

Contiene el libro -como ya apunté en la introducción- un largo rol de falacias tanto formales como informales, pero antes de meterme con eso voy a enumerar los aspectos positivos de esta lectura: aquellas cuestiones sobre las que me ha informado e ilustrado satisfactoriamente, y las dudas que me ha aclarado.

He podido entender cómo es que Soros, siendo judío de nacimiento, no es particularmente afecto ni a esa religión ni a la comunidad que la profesa, aunque tampoco le tiene una particular inquina: simplemente, el judaísmo parece una variable que no entra en sus planes en un sentido ni en otro, y él actuará a favor o en contra según convenga a sus intereses del momento. Así mismo, he podido resolver la aparente paradoja que supone, teniendo en cuenta su connivencia con el gobierno y la élite financiera del Reino Unido, recordar la maniobra que lo llevó a ocasionar una gran devaluación a la libra esterlina, su salida del sistema financiero europeo e ingentes pérdidas al pueblo británico. Al parecer, esto fue simplemente un efecto colateral de cierta especulación con la que el magnate ganó una fabulosa cantidad de dinero. Digamos que, para él -y al menos en lo que respecta a R.U.-, los negocios son los negocios y mala suerte si la economía inglesa se resiente: no hay que permitir que los ideales estropeen un buen golpe de bolsa.

También me he enterado del más que probable origen común de las distintas revoluciones de color que ha habido en el mundo durante las últimas décadas y de cómo el intento de rebelión catalana de 2017 puede englobarse en el mismo grupo; revoluciones tras las cuales parece asomar la mano de Soros aunque no pueda afirmarse con rotundidad que sea su principal promotor o financiador. De hecho, lo que en realidad resulta común a todas ellas de manera incuestionable es, me parece, la presencia de las tácticas “no-violentas” que un tal Gene Sharp publicó en cierto infame manual que parece haberse convertido en herramienta principal de los revolucionarios 2.0. Pero, en tanto que la concurrencia de dichas tácticas en esas revueltas parece incuestionable, lo que constantemente califican Castro y Ferrer como indubitada e indispensable injerencia de Soros está a mi juicio por demostrar.

Del mismo modo, queda bien explicado el papel de Rusia en los acontecimientos del 1-0 y su posición respecto al secesionismo catalán (y, en general, respecto al globalismo). Encuentro plausible cómo se argumenta la no responsabilidad de Putin (iba a escribir la inocencia, pero me temo que dicha palabra es incompatible con la política) en aquel proceso, independientemente de que el debilitamiento de Europa siempre pueda convenir al gobierno ruso, que en el fondo tal vez sólo aspire a ampliar hacia el oeste su mercado e influencia.

Por último, es de justicia destacar el acierto profético del señor Castro al haber incluido, ya en 2018, una referencia al movimiento Black lives matter (¿aprenderán alguna vez los locutores españoles a pronunciar “blac laivs mater”?) que durante las últimas semanas tanto ha crecido en intensidad y en relevancia, hasta el punto de que puede conducir a la no reelección de Donald Trump este próximo noviembre.

Y hasta aquí lo positivo. Por desgracia, dichos aspectos se ven muy eclipsados no sólo por lo ya mencionado en cuanto a la forma sino, sobre todo, por unos fallos en la argumentación que deslegitiman la labor de denuncia que se pretende hacer.

Una de mis principales objeciones es que los autores usen la inducción en lugar de la deducción para extraer conclusiones y que, encima, me argumenten la defensa de dicha práctica y quieran convencerme de que, ¡total!, es lo mismo una cosa que otra. Explican por ejemplo, para descartar la deducción, que “de analizar el escenario en base a una metodología deductiva, encontraríamos […], añadiríamos […]”, etc., para exponer al cabo -falazmente- que “el ejercicio deductivo adolece de ciertas limitaciones”; pero la verdad es que tales limitaciones no son achacables al método, sino a quienes lo utilizan. En buena lógica, el método deductivo es el único con solvencia suficiente para obtener conclusiones universales y válidas, y si el autor de un silogismo carece de la información necesaria para establecer sus premisas de cara a una conclusión, el problema es suyo, no de aquél. Así, Castro y Ferrer afirman con frecuencia que determinados hechos demuestran o confirman (por virtud del mágico “método inductivo”) ciertas hipótesis, cuando en realidad lo único que puede decirse de ellas es que podrían seguirse de aquellos hechos, sin que quepa aseverar nada concluyente. Y es que, por mucho que una buena labor inductiva lo ponga a uno sobre la pista correcta o incluso lo lleve al íntimo convencimiento de una verdad, eso no puede sustituir a la rigurosa deducción lógica ni al valor probatorio de ciertas evidencias. No intenten, pues, con tal desparpajo vendernos como bondad lo que en realidad es defecto, carencia o vicio en la investigación; no nos escamoteen su reconocimiento de que no han sabido, no han podido o no se han tomado la molestia de averiguar más a fondo o de indagar en fuentes de más difícil acceso.

Empero, inciden sobre esta idea una y otra vez, hablándonos por ejemplo de “pruebas que demuestran la participación activa de Soros en el intento de rebelión en Cataluña” (pág. 73) sin que en ningún momento se nos ofrezcan dichas pruebas, sino sólo indicios; y es que el hecho de que la mano del magnate esté presente en algunos -o incluso en muchos- eventos concomitantes no significa que los haya coordinado él ni que haya planeado su resultado final. Aplaudir no es lo mismo que apoyar; y de hecho, en este sentido, en el apartado que el libro dedica a la aplicación de las tácticas no-violentas en Cataluña no aparece el nombre de Soros ni una sola vez. Por otro lado, “[ejercer] influencia en distintos y variados medios de comunicación” (pág. 78) no sólo no es práctica exclusiva de este personaje, sino que no prueba absolutamente nada. Sacan la conclusión de que el intento secesionista catalán “no habría sido nunca posible” sin su colaboración, pero lo único que puede asegurarse a partir de la información suministrada es que él no hizo nada por impedir ese intento o, como mucho, que lo facilitó. Es más: el propio autor se contradice unas líneas después al afirmar que Soros activó sus resortes “para, presuntamente, facilitar la secesión”. ¿En qué quedamos?: ¿hay presunción, o hay certeza?; ¿hay sólo ayuda, o hay cooperación necesaria? Porque el que Soros desee, le convenga o incluso facilite la secesión de Cataluña no lo convierte en su principal causante ni en actor necesario (personalmente, creo que el verdadero golpe de estado que hemos visto -y seguimos viendo- televisado día a día no se da tanto en las calles de Lérida o las de Barcelona como en los despachos de Madrid: en los ministerios, en Moncloa, en RTVE, en privadas reuniones entre políticos y financieros muy nuestros. El debilitamiento de la nación española que la nefasta política autonomista de los sucesivos gobiernos centrales lleva décadas produciendo es infinitamente mayor que el que puedan causar Soros, los think-tanks globalistas o las sin duda muy eficaces 197 tácticas no violentas de Gene Sharp. Estrategias, por cierto, que en España, lamentablemente, no necesitan de financiación extranjera porque ya las financian nuestros estamentos oficiales de un modo u otro: el estado, las autonomías, los ayuntamientos o incluso la Unión Europea; o sea, en última instancia, los contribuyentes.)

Otro ejemplo de implicación falaz se da cuando mencionan una infinidad de entidades u organismos, oficiales o privados, participados por Soros o financiados por él, como si esa ayuda económica conllevara necesariamente el control sobre los mismos, cuando lo cierto es que sólo aquellas asociaciones cuyo principal financiador fuese él serían susceptibles de su control; lo demás es mera conjetura. ¡Por supuesto que el entramado de interrelaciones es complejo! Pero aquí precisamente radica la dificultad de encontrar evidencias irrefutables; y la simple investigación en fuentes abiertas de Castro y Ferrer, por muy profusa que haya sido, está lejos de haberlo logrado.

Se nos anuncia, en cierto momento, un análisis de cómo la no violenca de Gene Sharp acaba con frecuencia en derramamiento de sangre, pero luego se nos escamotea dicho análisis. Del mismo modo, nos dicen que el libro cuenta la historia de Soros, cuando tal cosa no es verdad: se limita a ofrecer un breve resumen del origen y antecedentes de ese hombre, cosa bastante distinta a contar su historia. Hacen una somera exposición de su personalidad e intentan predisponernos contra él; y para sugerirnos su iniquidad nos dicen que “establece vínculos entre los comportamientos observados en los mercados y los que se dan a nivel individual” (como si todo el mundo no hiciera lo mismo en una economía de mercado), que “afirma que la verdad absoluta está más allá del alcance del intelecto humano” (¿y acaso no es esto cierto?) o que “vuelve opacas sus verdaderas intenciones a través de su ingeniería social” (pero no enumeran cuáles son dichas intenciones y encima afirman en otro lugar lo contrario: que no las oculta). También nos hablan de su ambición económica desmedida, cuando más parece que lo desmedido en él sería su afán por llevar a cabo un proyecto de ingeniería social; y es precisamente ese afán, creo yo, lo que lo mueve a realizar multimillonarios desembolsos (claro está que, para ello, tiene que buscar ingresos, pero su finalidad última no sería tanto el enriquecimiento personal como la financiación del proyecto). Por último, como supuesta evidencia de sus injerencias en las revoluciones de color, escriben que éstas “buscan la supremacía económico-financiera y política del entramado empresarial de Soros” (pág. 51) como si él fuese el único beneficiario, cuando lo cierto es que esas revoluciones benefician a muchos otros actores políticos y económicos por el mundo entero.

En la pág. 23 alardean de demostrar que Soros ha sido el instigador del golpe secesionista, pero lo hacen de modo tan alambicado que la acusación se disuelve en oratoria: hablan de una vinculación directa entre el proceso independentista catalán y la connivencia de Soros con entidades “filo-OTAN” (vaya usted a saber qué entidades son éstas exactamente), madeja sintáctica que, una vez desentrañada, parece significar que, en el fondo, quien debe sentarse en el banquillo de este juicio no es él sino la Connivencia, una señora a la que yo, desde luego, no conozco. Y no imagino cómo el jurado podrá enviar a prisión a una simple idea.

Algo similar encontramos en la pág. 56, donde se inculpa al magnate mediante la siguiente cadena de relaciones que, a fin de cuentas, tampoco prueba nada: Soros sería responsable del 1-O por ser dueño de la Open Society, fundación que costea parcialmente al Observatori DESC, del que es miembro Boye, que a su vez es abogado de Puigdemont. Es decir: tendríamos a un golpista catalán, uno de cuyos abogados pertenece -entre otras- a una entidad que -entre otros- se financia con fondos de una organización cuyo dueño es Soros… ¿y eso hace a éste responsable del golpe? Pues bien: así es cómo resultaría que, “atando cabos de las diversas trazas” -dicen Castro y Ferrer-, la revolución amarilla catalana fue “imposible sin Soros y su entramado”.

Y este mismo vicio argumental se ve quizá aún mejor ilustrado en la pág. 143, donde, para señalar la relación entre Jaume Roures (fundador de Mediapro) y Ómnium Cultural (OC) se nos facilita la siguiente cadena: el de Mediapro es socio de cierto Tacho Benet, quien a su vez -aunque no nos dicen cómo- está conectado con un tal David Madí (asesor de Artur Mas y considerado director del procés en la sombra), cuyo abuelo cofundó OC. Y a esta madeja (explicada, por cierto, tan torpemente que me ha llevado un buen rato desentrañarla) tienen los autores el cuajo de llamarla una conexión directa entre Roures y OC. O sea, lector, que si tiene usted un socio empresarial con un amigo cuyo abuelo participó en fundar alguna asociación implicada en la rebelión catalana, según Castro y Ferrer está usted directamente asociado con la rebelión.

Por otra parte, nos exponen como certezas lo que sólo son conjeturas. Por ejemplo: “Soros vio desde un principio una oportunidad única en Cataluña…” (pág. 58), afirmación que lo hace a uno preguntarse cómo demonios han sido los autores capaces de penetrar no ya en las intenciones de ese hombre, sino en las oportunidades que “vio” y hasta en el momento en que las vio (“desde el principio”). ¿Tienen un oráculo que adivina el pensamiento ajeno? No contentos con eso, justo a continuación escriben: “Soros ya había elegido chivo expiatorio” (refiriéndose a Rajoy, a quien el magnate habría seleccionado por ser un candidato “autoritario, antidemocrático, intransigente y enemigo de la libertad”). No seré yo quien defienda a nuestro ex presidente, pero me parece dudoso que esa fuera la opinión popular sobre él; así que si Soros lo eligió por eso, pobre elección fue. Del mismo modo afirma el señor Castro al final del libro con pasmosa rotundidad, sin despeinarse, que “la prioridad para Soros era, es y será la fragmentación de España”. ¡Semejante atrevimiento, vaticinar cuál será, en el futuro, la prioridad de Soros!

Una muestra aún más clara de esta ambigüedad e indefinición puede verse cuando hablan de cierta hipótesis que vendría mostrada por ciertas evidencias (no dice demostrada, sino mostrada), para a continuación manifestar que dichas evidencias son concluyentes; pero resulta que, si lo son, entonces ya no estamos ante una hipótesis, sino ante una realidad probada. ¿En qué quedamos: hipótesis o realidad? En la misma línea, leemos en la pág. 137 sobre cierta “evidencia clara de presunta malversación”, expresión contradictoria en sus términos, porque si la evidencia es clara, la malversación no es presunta, y si la malversación es sólo presunta, es porque la evidencia no resulta clara. Toda una joyita retórica. Así, abrumado por este lenguaje timorato que dice sin decir y acusa sin acusar, mi duda se limita a saber si esta forma de expresarse los autores es fruto de una incapacidad para la redacción o de una deliberada indefinición.

Otro hecho que supuestamente probaría la culpabilidad de Soros es que, al parecer “obsesionado por ocultar las acciones que perpetra, vendió apresuradamente su participación en DxC [empresa responsable de una plataforma que gestionó la votación el 1-O] sólo semanas antes del referéndum”, lo cual, según los autores, fue “demasiado oportuno para ser sólo una casualidad”. Pero el que dicha venta fuese cierta, ¿qué demuestra?; a lo mejor en aquel momento el hombre andaba escaso de calderilla y necesitaba unos millones en efectivo. ¿Y a qué oportunidad se refieren? ¿Acaso habría supuesto algún peligro para el magnate ser accionista de DxC durante la rebelión? Tanto esa “obsesión” como la intención que lo movió a vender son meras especulaciones, como lo es también decir que cierta entrevista publicada en El País para descrédito de Rusia se etiquetó “dentro del Desafío independentista para que el lector asocie rápidamente el asunto a la supuesta injerencia rusa en Cataluña”.

Y hablando de El País, resulta irónico que acusen al periódico de “mezclar información y opinión” cuando los autores no hacen otra cosa en su libro; y es ya el colmo que incluyan como uno de los puntos para descrédito de ese diario el “mal uso frecuente de tiempos verbales” cuando ellos mismos hacen otro tanto; o, por último, que digan que sus titulares son SENSACIONALISTAS y lo pongan así, con letras mayúsculas, al más puro estilo sensacionalista, atreviéndose luego a escribir de modo rotundo, exagerado y amarillo que “nunca en la historia del periodismo se había caído tan bajo en la alineación de un medio […] con los intereses del capital que mueve descaradamente sus hilos” (pág. 103). Vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Hay que ser serio con las acusaciones y tener autoridad moral para hacerlas.

Conclusiones

En general, es un texto descuidado, inconsistente, deslavazado y sin pulir; y de este descuido infiero cierto menosprecio hacia quienes, atraídos por el anzuelo de una causa elevada y una promesa sugerida de conocimiento, hemos adquirido un ejemplar y pagado por él como si fuese la gran revelación. Yo les preguntaría a Castro y a Ferrer, que tanto parecen presumir de ética, si es ético cobrar veinte euros por unos apuntes mal mecanografiados y con muy magro contenido: unas escasas ciento cincuenta páginas de letra serif 14 (aproximadamente 20.000 palabras; muchas menos de las que contiene cualquier periódico que se vende por euro y medio); máxmie teniendo en cuenta la supuesta honestidad ejemplar, la altura moral desde la que nos hablan y desde la que denuncian a George Soros. La redacción es con frecuencia moralizante y tiene unos tintes religiosos que no sólo vienen poco a cuento sino que hasta pueden, en cierto modo, desautorizar a quien los escribe. De hecho, tal como está redactado el texto, resulta casi un libelo, que por mucho que quiera desenmascarar y desprestigiar a Soros quizá en el fondo sólo sirva para debilitar la causa contra él y proporcionar argumentos a sus valedores. Si es así como pretenden neutralizarlo, se lo ponen fácil a la crítica. Está muy bien que Castro y Ferrer sean devotos cristianos, pero las moralinas que deslizan no hacen al caso en un ensayo o trabajo fin de máster sobre el 1-O con pretensiones probatorias. Tiene gracia que digan, en el preámbulo, “haber dejado de lado los apriorismos ideológicos” cuando luego se les escapan varios juicios de valor y frases de un sesgo ideológico que desmienten dicho aserto; o que prometan contar cómo Soros es capaz de corromper sus ideas hasta extraer de ellos gigantescas sumas de dinero y que luego no nos ilustren sobre ese “cómo”. Y hasta me parece percibir cierto fariseísmo en algunos detalles, por ejemplo cuando el señor Castro dice, en el último capítulo, que no denunciar el papel instigador de Soros en el proceso independentista catalán lo haría cómplice suyo (“Es precisamente porque soy y pienso como demócrata que no puedo callar ante aquellos que amenazan nuestras libertades”), noble y loable propósito que resultaría bastante más verosímil si pusiera a disposición del mundo gratuitamente su denuncia en lugar de venderla por lo que no vale. Me parece a mí un patriotismo muy de boquilla este que busca tan claro ánimo de lucro; y me resulta más sospechoso aún tras descubrir quién es el dueño y cuáles los antecedentes de la editorial que lo publica (Homo legens), aunque no me extenderé aquí sobre este tema porque no acabaría nunca.

No niego, ni mucho menos, que las hipótesis establecidas en el libro sean acertadas, y por lo que creo saber del amigo Soros me parece bastante probable que dentro de sus objetivos se halle la fragmentación y debilitación de España o, como mínimo, que ésta convenga a sus ideales o intereses; pero acertado no es lo mismo que cierto, y cuando un libro cuyo título lo acusa, sin paliativos, de tal actividad, uno espera leer algo bastante más coordinado, mejor redactado e hilvanado que lo que los autores nos ofrecen. Es irónico que éstos escriban que “existe muy poca bibliografía que analice de manera integral y coherente los verdaderos objetivos del personaje y sus métodos”, cuando ellos adolecen de esa misma carencia, pues el análisis que hacen no es ni integral ni coherente. Tampoco dudo de que Soros saque partido económico de sus muchas injerencias sociales y políticas, pero si me anuncian que van a mostrarme por qué medios lo lleva a cabo, espero ver cumplido ese anuncio y que no sea una simple frase publicitaria; porque, de momento, la única evidencia que me queda de alguien extrayendo dinero de todo esto es la de Castro y Ferrer (y, en última instancia, don Julio Ariza) sacando inmerecida tajada económica con este trabajo, que no es -repito- más que la rentabilización monetaria y curricular del TFM de doña Aurora (como, por otra parte, se admite en el preámbulo con muy poco disimulo). Los editores saben muy bien a qué público va dirigido este volumen: entre otros, al ciudadano consciente de la dictadura progre y de la hegemonía económica que poderosos e influyentes leviatanes vienen instaurando o consolidando en todo Occidente (et vltra) a base de deshonestas maniobras políticas e ingentes dosis de propaganda ideológico-cultural a cualquier nivel; consciente, como mínimo, de la existencia de Soros y de sus intrigas; pero mal premia el cotarro mediático de Intereconomía-El Toro a quienes tenemos cierta afinidad política con ellos. Confío en que, al menos, no le pusieran a doña Aurora una nota muy elevada quienes evaluaron académicamente su trabajo.

Acerca de The Freelander

Trotamundos, apátrida, disidente y soñador incorregible
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