Ya no te quiero más

De entre todas las escenas memorables que he visto en el cine, esta es una de las que más me gustan: directa, realista y certera, resulta muy reveladora de cierto aspecto de la naturaleza femenina…

Pertenece a la película Closer (Mike Nichols, 2004. Muy recomendable). Dan y Alice han estado discutiendo y él sale enfadado de la habitación donde ella se hospeda; pero aún no ha llegado a coger el ascensor cuando se arrepiente y vuelve a Alice. Lo malo es que… ya es demasiado tarde. ¡Pobre Dan! Simplemente, es demasiado tarde:

— Ya no te quiero más –le dice ella, al verlo regresar, con una indescrirptible tristeza reflejada en los ojos pero resuelta y segura del cambio en sus sentimientos.
— ¿Desde cuándo? –pregunta Dan. Pese a ser tan guapo, es todavía algo inexperto y no ha pasado antes por esto. Aún no se da cuenta de lo que ha pasado.
— Desde ahora –responde la chica–. Se acabó. Puedes marcharte.

Así, sin más. Y Alice ha hablado muy en serio, sin una pizca de dramatismo, porque en el lapso del último minuto ha pasado del amor al desamor. Y no hay nada en absoluto que él pueda hacer o decir, por el resto de su vida, para recuperar el amor de ella. Así el joven Dan aprenderá hoy esta curiosa habilidad de las mujeres y le quedará una herida de la que, así pasen décadas, nunca se recuperará del todo. Alice, en cambio, seguirá su camino sin volver a dedicarle un pensamiento a Dan; alegre y sonriente, confiada, sin echar la vista atrás ni una sola vez…

Así es la vida; y así son ellas. Porque, ¿qué hombre maduro no ha pasado alguna vez por algún que otro ya no te quiero más? Hay demasiadas Alices por ahí sueltas dispuestas a hacer ese divertido truco, y su insistente amor de hace un segundo, el encendido fuego de su pasión, sus promesas de lealtad o sus declaraciones de incondicional cariño pueden de pronto, sin razón aparente, desvanecerse en el aire como si jamás hubieran existido. Ya lo escribió Bècquer, muy bellamente, hace un par de siglos: cuando el amor se acaba, ¿sabes tú, mujer, adónde va?

Ahora bien: para mí, lo más descorazonador de esos ya no te quiero es… ¡que nunca llegamos a saber por qué! Muy rara vez las mujeres nos lo dicen; y esto no por maldad ni animadversión, no por rencor, ¡sino por simple indiferencia!: porque cuando dejan de querernos de ese modo, pasamos a importarles tan poco que ni se molestan en explicarnos la causa… suponiendo que haya alguna. Si es que hemos cometido un error, es fácil que lo repitamos en el futuro con otra mujer, porque no llegamos a saber qué es lo que hicimos mal. Da  igual lo mucho que les preguntes, porque no te lo dirán. Si no lo adivinas por ti mismo, ¡que te zurzan!

Por eso me gusta tanto esta desgarradora escena: es uno de los pocos momentos del cine en que he visto tan bien expuesto (y representado), en toda su desnudez emocional, este particular aspecto del sentimiento femenino.

Y a pesar de todo, como dice el corrido: Mujeres, ¡oh mujeres tan divinas!, no queda otro remedio que adorarlas.

Acerca de The Freelander

Viajero, escritor converso, soñador, ermitaño y romántico.
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