Solaris

Dr. Snaut (Jüri Järvet) durante su monólogo en la biblioteca de la estación

“¿La ciencia? ¡Bobadas! En nuestras circunstancias, la mediocridad y el genio son igualmente inservibles. No estamos interesados en conquistar cosmos alguno: lo que queremos es extender la Tierra hasta los límites del cosmos. No sabemos qué hacer con otros mundos. No necesitamos otros mundos: lo que necesitamos es un espejo. Nos esforzamos por establecer contacto, pero nunca vamos a encontrarlo. Nos hallamos en el insensato dilema de buscar una meta a la que, sin embarrgo, tememos, y de la que no tenemos necesidad alguna. El hombre necesita al hombre.”

Este es probablemente el mejor discurso en la película de Andrei Tarkovsky Solaris (producción rusa que ganó el Gran Premio del Festival de Cannes en 1972), una adaptación libre de la novela de ciencia ficción del mismo nombre escrita en 1961 por el polaco Estanislao Lem).

Aunque más larga de lo necesario y más lenta de lo conveniente, esta inolvidable película postula la definitiva insuficiencia de cualquier comunicación entre la especie humana y cualquier posible inteligencia exterior. Sus brillantes diálogos y el cautivador tema musical, la fuerte personalidad de sus personajes y la excelente interpretación de sus actores (entre los que merece destacar Jüri Järvet, en el papel del doctor Snaut) me llamaron poderosamente la atención, y quedé hipnotizado no sólo por su elegante puesta en escena, sino sobre todo por la riqueza de los temas sobre los que nos propone meditar.

Solaris es un ensayo filosófico sobre las limitaciones antropomórficas del ser humano; un sesudo drama psicológico que apunta hacia la futilidad de intentar una comunicación con vida extraterrestre. La trama se desarrolla en su mayoría a bordo de una estación espacial que orbita alrededor del lejano planeta Solaris, cubierto en su totalidad por un océano que es un único organismo pensante. En tanto estudian esta superficie oceánica desde la estación orbital, sus científicos son a su vez observados por el planeta consciente, que sondea los pensamientos y la conciencia de los humanos y tiene la facultad de recrearlos y materializarlos en forma humana. Tras años de investigación, la misión se encuentra estancada porque todos los miembros de la tripulación han sufrido crisis emocionales; y de aquí que la Tierra envíe a un psicólogo para que estudie y evalué la situación, aunque no hará sino toparse con los mismos fenómenos misteriosos que el resto de científicos a bordo de la estación.

Para mí, esta película es un must; uno de tantos que, por desgracia, el oligopolio de la distribución en Occidente rarísima vez trae hasta nuestras pantallas.

Acerca de The Freelander

Viajero, escritor converso, soñador, ermitaño y romántico.
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