Buscando el casus belli

Vista la enorme superioridad militar del ejército ruso sobre el ucraniano, parece claro que, por mucho armamento y mercenarios que éste reciba de la OTAN, sin la intervención directa de las tropas atlánticas en el conflicto será totalmente inevitable que Vladimir Putin acabe imponiéndose sobre Volodimir Zelenski; es decir, sobre Joe Biden. Si esa intervención no se produce, de nada les servirá a los soldados ucranianos, con su regimiento Azov declaradamente neonazi, secuestrar a la población civil -por el procedimiento de impedir su pactada evacuación- para protegerse tras ella frente a las tropas rusas, que tienen órdenes rigurosas de minimizar las víctimas civiles; ni les servirá de nada, como no sea para aumentar las muertes y el sufrimiento de la población, las sucesivas remesas de munición y material bélico que tan hipócritamente les enviamos los países de la Alianza no para que tengan una posibilidad de vencer a su enemigo, sino para que resistan todo lo posible y el enfrentamiento se prolonge lo suficiente como para que el pueblo ruso, que es quien injustamente padece el embargo occidental, se levante contra Putin y reclame un cambio de régimen; pues este es, y no otro, el verdadero objetivo de sus verdaderos enemigos.

Pero la mencionada victoria rusa significaría, de hecho, nada menos que la derrota del imperialismo norteamericano y sus vasallos europeos, amén de un duro revés al globalismo, pues, no nos engañemos, lo que de verdad se dirime aquí no es una Ucrania de más o de menos, sino la supremacía occidental sobre Rusia, esa nación rebelde que no quiere doblegarse ante Usa, el Nuevo Orden Mundial, los designios del Foro de Davos o la Agenda 2030, que todo viene a ser lo mismo. Como ha dicho con gran acierto un analista político, “Estados Unidos va a luchar contra Rusia hasta el último soldado ucraniano”. Y es aquí donde residen mis más aciagos presagios, porque ¿cómo va a tolerar Usa tal derrota sin precedentes?; ¿cómo consentir que Putin le doble el brazo a Occidente? Que el dirigente eslavo se salga aquí con la suya equivale, literalmente, al principio del colapso de la dominación mundial useña, al fin del dólar como moneda de intercambio universal, a un cambio radical en el status quo de las relaciones comerciales internacionales, a la esterilidad de imponer sanciones económicas sobre un país con recursos propios y, en fin, al ridículo mundial más vergonzoso en la historia del arrogante supremacismo useño. ¿Como creer, pues, que el imperio con el ejército más poderoso del planeta vaya a permitir que tal cosa suceda? Porque Putin se saldrá con la suya si el imperio no lo impide; y eso: que se decida a impedirlo, es lo que más miedo me causa.

O mucho me equivoco -y sabe Dios cuánto deseo equivocarme-, o dentro de poco la OTAN se procurará cualquier casus belli para justificar su intervención militar en el presente conflicto, aunque para ello tenga que traspasar la peligrosa y frágil frontera de las hostilidades bélicas contra Rusia, probablemente realizando una operación de falsa bandera; lo cual significaría el inicio de una contienda en toda regla entre ambos ejércitos, es decir una guerra mundial que, por desgracia, puede escalar muy fácilmente a nuclear, con las devastadoras consecuencias que todos imaginamos. De hecho, mientras que ya algunas voces en Occidente empiezan a gritar: “¡Pero debemos hacer algo!” (y hacer algo sólo puede significar una escalada bélica), el ministro de defensa ruso ha alertado de un supuesto plan ucraniano para atentar sobre diplomáticos useños y europeos en Lviv y culpar de ello a Rusia, de cara a conseguir que la OTAN se involucre en la guerra.

Mi única esperanza de que este peligro se conjure y la situación no desemboque en el desastre atómico total reside en que la Agenda Globalista, la que profetiza -y procura- el final de Usa como primera potencia mundial para el año 2030, se imponga sobre la Agenda Hegemónica de ese mismo país, en cuyo caso bienvenido sea, por una vez, aquel proyecto. Pero mi ignorancia sobre los entresijos del poder no me permite imaginar cómo puede esto lograrse, habida cuenta de que, hasta donde creo saber, ambas agendas coinciden actualmente en uno de sus objetivos, que es acabar con Rusia, a quien tanto la una como la otra consideran un fuerte estorbo a sus respectivos proyectos. Y así las cosas, sólo puedo, glosando la letra de aquella canción de Sting, confiar en que los occidentales también amen a sus hijos.

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Trotamundos, apátrida, disidente y soñador incorregible
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