.
Estación de metro Contractova Ploshcha. Se trataba de explorar el barrio de Podil: una docena de amplias calles en trama cuadrangular, flanqueadas por edificios que en su día debieron ser elegantes y que ahora, salvo algunas excepciones, presentan un aspecto decadente que recuerda a La Habana.
Podil se encuentra a la orilla del Dnipro, si bien este río resulta inaccesible desde el barrio porque entre ambos se interpone una de las principales arterias, por completo hostil a los peatones, del tráfico de la ciudad. Contractova es un “intercambiador” de transportes, y en sus cercanías hay dos grandes plazas con una multitud de llamativos kioskos donde se pueden adquirir los servicios más esenciales y cotidianos en la vida urbana: café, desayunos, almuerzos de comida rápida, tabaco, alcohol, pastas, recargas de móviles, etc., y por donde merodean siempre una camada de perros en busca de sobras y en torno a viandantes y vagabundos.
De una de estas plazas, cruzando la ancha avenida principal, arranca la atractiva calle Andreievski, rústicamente empedrada, que asciende hasta el promontorio donde se asienta la iglesia del mismo nombre y que domina toda la margen oeste o “derecha” del río (por aquello de que el Dnipro fluye hacia el sur). La calle está flanqueada por puestecillos que van menudeando hacia la cima y en los que se ofrece a la venta todo tipo de souvenires y otras mercaderías igualmente inservibles: muñecas “matriuska”, ropas folclóricas, uniformes militares, gorros, bufandas, guantes, abrigos, sellos, monedas, antiguallas e incluso unas improbables reproducciones en latón del mismísimo don Quijote. Hay también algunos cafés o pequeños restaurantes más o menos llamativos y, de uno de ellos, se escuchaban los acordes de una canción eslava tan triste que logró arrancarme las lágrimas.
A medio camino de la pendiente, al pie de unos árboles y medio escondida entre sus bajas ramas, arranca una invitadora escalera en hierro forjado cuyos peldaños se pierden entre las amarillentas hojas otoñales; y al ascender por ella, desde lo alto, el viajero descubre, girando sobre sí mismo, una magnífica y sorprendente vista de Podil, del río con sus muchos canales, y de los edificios de la mitad “izquierda” de la ciudad. La colina está arbolada, y aquí arriba vienen las parejas de enamorados a hacerse románticas fotografías entre los ocres de la naturaleza, en la escalera metálica o contra el paisaje del fondo. También un grupo de cuatro o cinco jovencitas llenan el aire con sus cristalinas carcajadas mientras posan en cómicas composiciones ante la cámara.
Y siguiendo un poco más hacia allá, salvando el collado, de repente aparece ante la vista otro distinto paisaje: es un estrecho y profundo valle que se abre casi en cortado entre dos colinas, y cuyo fondo está edificado con un cúmulo de hermosas casitas perfectamente cuidadas, asemejando un edén urbano, una aldea de cuento de hadas; y la aparición es tan inesperada que el viajero se sorprendería sólo un poco más si viera salir volando, de alguna de las ventanas de estas casas, a Peter Pan acompañado de Wendy y sus hermanos, o quizá una calabaza convertida en carroza. Se trata de Kozhumiatska, un barrio construido en tiempos de bonanza que se halla no obstante medio vacío, a falta de quien pueda pagar las hipotecas o las rentas, y en espera de mejores tiempos.
Perfecto equilibrio entre relato y fotografía, podrías dedicarte a elaborar “guías viajeras”.
Gracias.
No sería un mal oficio: que te paguen por hacer lo que te gusta, o sea viajar y escribir. No obstante, creo que el viajar es sólo divertido cuando se hace por puro antojo. En el momento en que se convierta en una obligación, el encanto desaparece. :)