Antes que nada, una aclaración: Últimamente, y de manera harto malintencionada, se ha adulterado el significado real de la palabra negacionista (“el que niega determinadas realidades y hechos históricos o naturales relevantes, especialmente el holocausto”, según la RAE) para, aprovechando su carga peyorativa, aplicárselo a quienes, sin negar nada, simplemente prefieren no vacunarse contra la covid. En este texto, por simetría morfológica denomino afirmacionistas a los guerrilleros de la vacunación universal obligatoria y, en general, a quienes aceptan de modo acrítico cualquier información (por muy infundada, contradictoria o absurda que sea) relacionada con dicha enfermedad siempre que provenga de la OMS, las agencias del medicamento, las autoridades sanitarias u otros entes a los que la prensa generalista condescienda en otorgar marchamo de veracidad.
Aparte, para evitar cacofonías y redundancias, a veces sustituyo la palabra vacuna por la más apropiada medicamento o la más específica FIASCO (Fórmula Intravenosa Anti Sars-COv-2), de mi propio cuño.
Y entro ya en materia. Según vienen demostrando las estadísticas (y declaran los propios fabricantes), las vacunas covid disponibles hoy día, si bien disminuyen la nocividad del coronavirus en el inoculado que lo contrae y mejoran sus condiciones de recuperación (que no es pequeño logro), no impiden que pueda contagiarlo a terceros en igual medida que el no inoculado; de donde se sigue que la vacunación, aunque útil para auto-protegerse, resulta inefectiva para proteger a los demás. O dicho de otro modo: con su rechazo, el negacionista no arriesga la salud de otros, sino sólo la propia. Sin embargo, esta sencilla realidad -comprensible hasta para el más cortito-, lejos de servir para atemperar la beligerancia de los afirmacionistas ha hecho que se pongan bastante nerviosos -cuando no desquiciados- al ver invalidado su argumento inicial; lo cual, dicho sea de paso, da una buena pista sobre la irracionalidad de su credo.
En efecto, cuando aparecieron estos medicamentos, y en tanto creímos -con la confusión entonces reinante- que inmunizaban de verdad (es decir, que evitaban tanto el contagio pasivo como el activo), el afirmacionismo abogó por su obligatoriedad universal en aras de un pretendido bien común y bajo la irrechazable consigna de la “solidaridad y responsabilidad hacia los demás”; e incluso muchas voces, habida cuenta la elevada ocupación hospitalaria durante la “primera ola”, pidieron preterir a los no vacunados respecto a los demás en la asignación de los recursos sanitarios precisos (respiradores, camas de UCI y personal); sin que faltase, por supuesto, algún necio que, llevando sus postulados hasta la histeria, equiparó el negacionismo al homicidio involuntario. Pero con el drástico descenso de las hospitalizaciones -por un lado- y el fiasco parcial de las FIASCO -por otro- el argumento del bien común quedó inservible, y el afirmacionismo, para sostener sus anatemas, hubo de buscar una nueva herejía con la que perseguir a los infieles; herejía que no tardó en encontrar, y que formuló así: “Como los no vacunados que contraen la covid la padecen con mayor gravedad, su atención médica nos cuesta más dinero a todos; así que ¡que se la paguen de su bolsillo!”.
Como primera reflexión, resulta curioso observar a lo que se ha visto reducida la bondadosa solidaridad de quienes presumían de un prioritario interés por la salud de los demás: a un repentino celo -que nunca antes habían dicho sentir- por las arcas públicas. De preocuparse por los enfermos y fallecidos pasaron a protestar por el dinero que los negacionistas le cuestan al contribuyente. Me parece que más de uno “debería hacérselo mirar”.
Pero aceptemos, no obstante, su tesis (y creámonos además -aunque sea muy discutible- que el negacionismo redunda en mayores costes sanitarios): puesto que los respiradores y las camas de UCI son muy caros, ¿por qué ha de sufragar el Estado ese “caprichoso gasto innecesario”? Vale; es un punto de vista que, en principio, se podría admitir… como también podría admitirse el diamentralmente opuesto: ¿Y por qué ha de sufragar el Estado el colosal gasto de vacunar a todo el mundo? Quien quiera protegerse -dirá el negacionista- que se lo pague de su bolsillo, igual que se paga el airbag si quiere tener un coche más seguro. ¿O es, acaso, más caro hospitalizar al ínfimo porcentaje de la población que lo precisa, que inocularnos a todos una FIASCO cada seis meses? Estos días atrás, sin ir más lejos, se tiraron -o regalaron a otro país- un millón de dosis no utilizadas (por culpa de la generosa incompetencia de los poderes públicos); dosis que, a un coste medio -echando por lo bajo- de 20 € por unidad (las utilizadas nos salen aún más caras, pues hay que sumarles los costes laborales del pinchazo), ascienden a veinte millones de euros. Ya podrían pagarse, ya, unos cuantos respiradores y camas de UCI con ese dinero, literalmente derrochado por el afirmacionismo estatal y comunitario. Pero este caso es sólo uno entre cientos. En total, la cantidad de dinero público que, por uno u otro concepto, se dilapida con ocasión de la insidiosa campaña vacunal (para prioritario y casi exclusivo provecho de Big Pharma) es tan incalculable como desproporcionada, y probablemente no inferior a lo que costaría curar a todos los enfermos aunque no se vacunase nadie. Eso por no mencionar las astronómicas -y aún más incalculables- pérdidas que supone la paralización parcial, tan aplaudida por el afirmacionismo, de la economía nacional a causa de esta magnificada crisis; un lucrum cessans con el que podríamos dotarnos de recursos médicos más que suficientes para cualquiera que los necesitase. Aparte de que, al fin y al cabo, la auténtica inmunidad de rebaño (y la única posible) se consigue cuando una población ha contraído y superado una enfermedad, no cuando se vacuna contra ella.
Como se ve, es cuestión de puntos de vista; pero aun así, se me hace a mí que aquí lo mollar no está en cuál adoptemos, sino en que, a partir de él, mantengamos la debida coherencia. En su ensayo El mito de Sísifo, Albert Camus escribía: “Para un hombre que no hace trampas, lo que cree verdadero debe regir su acción”; irreprochable principio de honestidad intelectual que nos obligaría, si pedimos que los negacionistas se sufraguen sus propios y caprichosos gastos sanitarios covidianos, a pedir lo mismo respecto a todos los gastos que cualquier otro ciudadano cause caprichosamente a la sociedad: digamos, por ejemplo, el rescate de un montañero perdido, el aborto de la mujer que no tomó precauciones, el herpes genital que contrajo un libertino, el salvamento de un bañista atrevido, el carcinoma cutáneo por exceso de bronceado, la reducción de estómago del glotón, el enfisema pulmonar del fumador, la diabetes del goloso, la cirrosis del bebedor… Ninguno de estos males trae causa en satisfacer una necesidad básica, ejercer un derecho especialmente consagrado o desarrollar una actividad que contribuya a la prosperidad general o al bien de la sociedad, sino en el mero antojo o irresponsabilidad de quienes los concitan; de modo que los gastos originados, que sufragamos entre todos, podrían evitarse si esas personas, siguiendo el ejemplo de los afirmacionistas, pensaran más en el Tesoro Público.
Podría parecer que los casos mencionados se diferencian del del negacionista en que, en aquéllos, el individuo obtiene al menos un beneficio, un placer que -en principio- mejora su bienestar personal (hacer deporte, gozar del sexo, disfrutar un cigarro…), mientras que el negacionista nada parece ganar con no pincharse la FIASCO; pero ¿y quién es nadie para dictarles a los demás cómo pueden mejorar su bienestar u obtener una satisfacción? ¿Dónde situamos los límites de la libertad personal? ¿Con qué criterios concretos decide nuestra sociedad lo que nos está permitido para que aceptemos asumir colectivamente las consecuencias económicas? Tengo para mí que el negacionista, ese demonizado sujeto que prefiere obviar la relativa protección de la vacuna según le dicta su propio juicio, su personal ponderación entre riesgos y beneficios, su forma de entender tanto el bien propio como el común, o simplemente su -más que justificada- desconfianza hacia las voces oficiales, la total opacidad informativa y los medicamentos experimentales administrados en masa sin prescripción médica personalizada, no es intrínsecamente más egoísta ni merece más penalización que el excursionista, la bronceada, el bañista, la fornicadora, el libertino, el glotón, el fumador, el bebedor, etc. Todos ellos asumen riesgos “innecesarios” cuyos gastos, si se producen, vamos a sufragar los demás. ¿Pero únicamente al no vacunado de covid le negamos el derecho a una sanidad gratuita?
Mucho cuidado con abrir esa puerta, porque podría dar lugar a un total replanteamiento de los principios -sean cuales sean- en que se basa nuestra cohesión social, y quizá diésemos al traste con ella. Si ahora decidimos que, con nuestros impuestos, no vamos a costear la curación a los negacionistas, éstos podrían contestar que vale, pero que ellos, entonces, no contribuyen a los gastos de vacunación; o mejor aún: puesto que, en última instancia, todo contagiado -inoculado o no- ha contraído el virus por su propia negligencia (ya que está en manos de cada uno de nosotros extremar al máximo las medidas de precaución), ¿por qué hay que costear públicamente la curación de ninguno? ¡Que se pague cada cual la suya! Si el vacunado tiene menos probabilidades de incurrir en elevados gastos, mejor para él, ¿no es cierto? O, siguiendo por el mismo camino, más tarde alguien podría decir que no quiere financiar servicios públicos de los que no puede beneficiarse, que el Ministerio de Desigualdad lo costee quien crea en él, que la ideologización escolar la pague quien la desee, y así sucesivamente; o bien, ya puestos, desmantelemos el Estado del Bienestar y que cada ciudadano se busque la vida con su propio dinero… Quizá sería muy interesante, e incluso necesario, abrir esos debates, pero ¿es eso lo que quieren los afirmacionistas?
Por supuesto que no. Lo más sangrante de sus protestas es que, tras ellas, ni siquiera subyace una sincera preocupación por las arcas públicas, ya que, aunque los negacionistas consintieran en suscribir un seguro privado de enfermedad covid, el afirmacionismo seguiría sin conformarse y buscaría sucesivos casus belli para continuar demonizando sin tregua a quienes considera sus enemigos, pues los percibe como el origen último de su desazón interior… En el fondo, la actitud del afirmacionista sólo se explica desde la psicología, desde el subconsciente del individuo: aquél que se vacunó -o así quiso creerlo- por solidaridad y responsabilidad social, se considera moralmente superior al negacionista y tenderá a seguir condenándolo aun después de saber que la FIASCO es tan poco altruista como el airbag; aquél que se pinchó por aprensión o por aceptación social, lo condenará porque envidia su mayor presencia de ánimo o independencia; y aquél que, habiéndose mostrado al principio abiertamente contrario al dichoso medicamento, cedió después a la presión externa y consintió en inoculárselo, condenará el negacionismo para atemperar la disonancia cognitiva que le ha generado el haber hecho algo contrario a sus propios pensamientos. Ya sea por una causa o por otra, el afirmacionista desarrolla una muy humana frustración al ver que, tras haberse vacunado, no está más a salvo de contagiarse, ni es menos peligroso para los demás, que su prójimo negacionista; y por eso éste le resulta tan molesto: porque su vecindad le recuerda constantemente dicha realidad y lo obliga a preguntarse -quizá en lo más íntimo de su ser- si no se le habrá quedado cara de bobo al dejarse poner la vacuna, o al defenderla con tanto entusiasmo; de manera que, para eliminar esa frustración, es preciso erradicar a tan incómodos ciudadanos, exterminándolos si hace falta. Como dijo el ministro de salud alemán: “El próximo año todos los alemanes estarán vacunados, curados, o muertos.” ¡Venga ahí, con un par!
La vacuna sí evita la propagación del covid, puesto que aumenta el nivel general de anticuerpos. Cómo explicas si no que la mayor parte de los enfermos y que los más graves sean los no vacunados? Por supuesto que la vacuna, en un pequeño porcentaje de vacunados supone un riesgo por trombos. Contraer el covid también y mucho mayor, por cierto.
Además, el que no se vacuna pone en peligro la salud de otros: el ejemplo más fácil es el del joven sano que, posiblemente pase la enfermedad sin problemas, pero que puede contagiar a, por ejemplo, un anciano que, aunque esté vacunado puede morir. En este caso, para más inri, si hubiese un solo respirador y se lo disputasen el joven y el anciano, posiblemente los criterios médicos eligirían al joven. Teniendo todo esto en cuenta, si yo fuera joven y pensase exclusivamente en mi beneficio, la opción más ventajosa sería la de no vacunarme. Siguiendo esta idea, ahora que se abre la vacunación a los niños, por el criterio del riesgo que enseguida te explico, me parece esto coloca a los padres en una situación muy comprometida, puesto que la única razón que apoya aceptar la vacuna para sus hijos es proteger a los demás.
Respecto al coste de curar a los antivacunas, el alcohol y el tabaco están grabados con impuestos, lo mismo que el uso de un vehículo a motor que, además se somete a seguro obligatorio, (entre otras obligaciones, por ejemplo, abrocharse el cinturón de seguridad). En realidad, lo más parecido es el caso del montañero temerario accidentado, al que rescata la Guardia Civil. Pero que no se te olvide que, después, el Estado le pasa la cuenta del helicoptero. Sobre los otros casos que pones, el del libertino o la que aborta, personalmente soy de la opinión de aplicar los criterios que utiliza el Derecho: el que aumenta el riesgo (riesgo, no moralina), que responda de las consecuencias de sus actos. Pero, claro, como tú no ves riesgo ninguno en no vacunarse….
Ponerse a discutir sobre lo que el otro NO ha dicho es la mejor garantía para no acabar jamás. ¿Dónde has leído tú, en mi artículo, que yo no vea riesgo ninguno en no vacunarse?
Asimismo, otros de tus argumentos resultan no ser discrepantes con lo que yo digo. Por ejemplo, no niego que las FIASCO aumenten el nivel general de anticuerpos, si bien tampoco se sabe hasta qué punto lo hacen (sobre todo en comparación con los anticuerpos generados al pasar la enfermedad), porque el afirmacionismo oficial y mediático rehúsa ese debate. Desde el minuto cero, esta epidemia ha estado caracterizada por la opacidad informativa y por su agresiva combatividad hacia el discrepante; dato ya de por sí bastante significativo para cualquier ciudadano suspicaz. Por otro lado, tampoco está nada claro en qué medida un mayor nivel de anticuerpos evita la propagación de la covid: ¿lo hace de un modo lo bastante significativo como para justificar la supresión de derechos fundamentales? Esto tampoco se sabe, porque también ese debate está censurado. Lo que sí es indiscutible es que la inoculación no ha evitado que la enfermedad continúe propagándose, y un ejemplo claro es Israel, el primer país en vacunar al 100% de la población adulta, que continuó registrando contagios en medida comparable a la de muchos otros países. A día de hoy, ninguna persona mínimamente informada niega que los inoculados siguen contagiándose y contagiando.
¿Cómo explico que la mayor parte de enfermos, y los más graves, sean los no vacunados? Para empezar, la primera parte de ese argumento es falsa: la mayor parte de los enfermos, hoy día (en España), se han contagiado tras haber recibido la FIASCO, y la mayoría de éstos con la pauta completa, según los propios datos oficiales (pese a su filo-afirmacionismo). Cosa distinta es que los enfermos más graves sean no-inoculados, lo cual está relacionado con que carecen del efecto terapéutico de las FIASCO, y así lo admito en mi artículo. Ahora bien: si parece claro que los negacionistas enferman de mayor gravedad, no es tan fácil saber si enferman con más facilidad (o sea, en mayor proporción), pues parece razonable suponer que, si los inoculados cursan con menos síntomas, una buena parte de ellos no lleguen a requerir atención sanitaria y, por tanto, quedarán sin contabilizar en las estadísticas.
Otro dato que conviene poner en cuarentena, ya que lo mencionas -aunque no es mi batalla ni pone en entredicho mis afirmaciones-, es el del mayor riesgo de trombos por no vacunarse. Para empezar, las propias autoridades sanitarias interrumpieron la inoculación de algunas FIASCO por dicho riesgo, así que algo habrá. Por otro lado, es un error (extremadamente común) confundir la correlación con la causalidad; confusión que se aprovecha constantemente -por unos y otros- para manipular las opiniones. Pero cualquiera que piense en ello comprende que una correlación entre las ocurrencias de dos variables no significa, ni mucho menos, que una de ellos sea causa de la otra. Y en tercer lugar, es un error “de libro” comparar el porcentaje de trombos causados por las FIASCO entre el total de inoculados, con el que se da entre los no inoculados que han contraído la enfermedad. Aquí el dato que habría que confrontar con el primero es el porcentaje de trombos entre el total de no vacunados. O dicho de otro modo: ¿cómo tiene más probabilidades de sufrir un trombo una persona sana: si se vacuna, o si no?
En cualquier caso, no soy yo quien aboga por limitar derechos fundamentales ni por privar de sanidad gratuita a los negacionistas, así que quienes deberían explicar su autoritarismo, y demostrar la necesidad de sus medidas de modo que no admita refutación, son los que quieren recortar derechos e imponer castigos económicos. Pero, aunque el afirmacionismo quisiera abrir ese debate -y no es el caso-, no les resultaría factible porque la disidencia en esta guerra es sistemáticamente silenciada y censurada desde los poderes públicos y medios de comunicación generalistas. Sin ir más lejos, mi artículo fue escrito originalmente para ser publicado en El Español (donde los suscriptores tenemos derecho a subir nuestros textos), pero no me lo admitieron porque Pedro J. Ramírez, como obediente que es a la doctrina covidiana, prohíbe que nadie discuta las vacunas en su periódico.
Tu joven sano que pone en peligro la salud del ancianito por no vacunarse no sirve como argumento pro vacunación obligatoria porque se da la circunstancia -repito una vez más- de que los inoculados SÍ contagian, y hasta la misma propaganda vacunil lo admite, pues es un hecho que no hay manera de esconder. Ese joven del que hablas arriesga la salud de los demás tanto si está vacunado como si no; y de hecho son numerosos los casos (ahí están para quien quiera entretenerse en buscarlos; uno de ellos bien reciente) en que ha habido brotes de contagio en reuniones cuyos asistentes estaban todos inoculados. Así que el silogismo es más bien al revés de como lo propones: ese egoísta joven que piense exclusivamente en su beneficio optará por vacunarse, pues algo más protegido estará. Y ese altruísta joven que piensa en el beneficio de los ancianitos quizá opte por no vacunarse para no sobrecargar los gastos y servicios sanitarios, puesto que él probablemente curse sin necesidad de atención médica… salvo que sea un afirmacionista, en cuyo caso sólo pensará en vacunar obligatoriamente a los negacionistas porque éstos -y no los millones como él- le salen muy caros a la Seguridad Social.
Por la misma razón, tampoco hay la situación comprometida que mencionas para los padres sensatos y bien informados: puesto que saben que la vacuna no protege a los demás, no se les plantea dilema ético alguno si es que prefieren que a sus hijos no se les pinche un experimento.
En cuanto al alcohol, el vino no está gravado con ningún impuesto especial (aunque es buena causa de alcoholismo), y el que tiene la cerveza es mínimo. Las únicas bebidas con gravamen apreciable son los licores. De un vistazo rápido a las estadísticas se observa que, con el total de tales impuestos (que en su mayoría pagan los consumidores moderados y sin riesgo, o sea las 3/4 partes de la población española) apenas se costea la cuarta parte de los gastos originados a la sociedad por el alcoholismo, que a su vez son imputables sólo a los consumidores de riesgo, apenas un 5%. En el caso del tabaco, el gravamen es bastante mayor, pero aun así, lo recaudado sólo costea la mitad del gasto social causado por su consumo. Magros argumentos para el afirmacionismo. En cuanto al riesgo que entraña conducir, en efecto, va cubierto (ese sí, teóricamente, en su totalidad) con el pago del seguro obligatorio; por eso, si lees con atención mi artículo, verás que no lo incluí entre los ejemplos. Al contrario, lo que mencioné para ilustrar que quien quiere seguridad se la paga es el caso del airbag: su presencia en los vehículos no es obligatoria, y quien lo quiera habrá de pagar un precio superior al comprarse el coche, pues los que no lo traen de serie son más baratos.
Al montañero rescatado en helicóptero le pasan la factura; cierto; pero no si lo han rescatado a pie o con un todoterreno. De todas formas, para ponértelo más fácil, te cambio el rescate por el gasto de escayolarle la pierna que se ha roto. :-) En mi artículo nombré sólo unos cuantos ejemplos inmediatos, que se me vinieron a la cabeza en ese momento, de casos en que, según la “lógica” afirmacionista, habría que negar atención hospitalaria (o pasarles la factura) a quienes fuesen causantes de ella; pero la casuística es infinita, y según escribo se me ocurre otro: al ciudadano que tiene el colesterol elevado y no hace la dieta y ejercicio adecuados para compensarlo, ¿habrá que pasarle la factura sanitaria cuando lo atiendan por un infarto?; más aún: ¿hay que pagarle la rosuvastatina, cuando quizá con una dieta de espinacas y 3 h. de gimnasio diario fuese suficiente? Y ya puestos, ¿por qué limitarnos al riesgo sanitario en que incurrimos nosotros mismos? Si negligentemente origino que a un tercero deban dar atención médica, ¿no se me debería pasar la factura? Pongamos, por ejemplo, el caso del joven desconsiderado que, haciendo el payaso en patinete, empuja a una ancianita y le rompe la cadera. ¿Le pasamos la factura del hospital, rehabilitación, incapacidad..? A éste quizá con más motivo que a ningún otro de los propuestos.
¿Pero quiere algo de esto el afirmacionismo? Estos nuevos interventores de cuentas públicas, ¿desean verdaderamente un debate para remodelar por completo el sistema de compensación de gastos sociales con objeto de que -como tú dices- quien aumente el riesgo responda de las consecuencias de sus actos? ¿Se conformarían si los negacionistas dijesen: “vale, suscribimos de nuestro peculio un seguro sanitario covid (eso sí: que nos descuenten la vacunación y hospitalización de los vacunados)”? Por supuesto que no. Lo único que quieren, por las nada nobles razones expuestas en mi artículo, es que se vacune a todo el mundo, y punto. Sólo eso tranquilizará su malestar interior.
Lisa,
Until last year a “vaccine” did not support the immune system like taking vitamins. A vaccine stopped one from getting the active dangers of the disease; with a miniscule of exceptions due to use of actual virus in the vaccine process.
The author’s extremely cognizant/accurate article addresses all flaws in the “fearful vaccinated.” IF the shot was an actual vaccine I might consider taking it. However, I will use my God given right to use my legal weapons to defend my daughter from taking this non vaccine. Governments, even in the USA have way too much power.
God bless the 2nd amendment.
God bless my right to choose what or when a powerful EXPERIMENTAL drug goes into my body.
All the best of health to you.