En lo más escondido del casco medieval de Porvoo, en el corazón de sus viejas calles empedradas, hay un pequeño y recóndito callejón sobre la roca viva, y en ella unos escalones naturales llamados Pirunportaat, o Escaleras del Diablo, por los lugareños porque, según una leyenda, los talló el mismo demonio. A un lado de ese callejón apenas frecuentado, hay un minúsculo parquecito y, tras de unos arbustos, una plataforma natural de roca. Sobre la plataforma, un banco de madera desde el que se ven un pequeño mar de tejados. Rodeado de árboles y sin otra entrada alguna, este parquecito es quizá el lugar más tranquilo y solitario de la ciudad: alejado de ruidos, a salvo de miradas y a resguardo de transeúntes. Apenas un par de ventanucos traseros de las casas aledañas dan sobre él, y eso a través del ramaje de los árboles. Si alguien en Porvoo desea no ser molestado, he aquí dónde.
No sé si es por la influencia del mar, pero Porvoo se siente más templada que los quinientos quilómetros de interior que he recorrido desde Vaasa hasta aquí; y no creo que se deba a la menor latitud. Por cierto, cuando iba acercándome, al pasar por algunos campos de trigo muy hermosos me he dado cuenta de que ese cereal tiene aquí un color diferente que en el sur de Europa, un amarillo tirando a ocre muy vistoso. Es curioso que, en esta tierra, es ahora la época de la cosecha, dos meses después que allá en la cálida Iberia.
Una vez en Porvoo, me ha costado Dios y ayuda dar con el alojamiento que había reservado, porque el GPS no lo situaba bien y me he pasado más de media hora dando vueltas: no había ni un alma a quien preguntar. Stranda es una casa de huéspedes, regentada por una rusa joven, muy agradable y atenta, que ha venido a Finlandia para establecerse. Aquí voy a quedarme tres días. También hay alojado un matrimonio con dos insoportables niños dados al berrinche, pero gracias a Dios se marchan mañana.
Fundada en el s. XIV, Porvoo es una de las seis únicas ciudades medievales en Finlandia, y la segunda más antigua después de Turku. Hoy, más de seis siglos después, el casco antiguo se mantiene casi inalterado, aunque por puro milagro, pues la estupidez humana estuvo a punto de dar al traste con él.
Y menos mal que no lo lograron, porque el Porvoo antiguo es ciertamente notable, único, con su denso trazado de calles estrechas, empedradas, en pendiente, donde casi todas las casas son viejas construcciones de madera, admirablemente conservadas a lo largo de los siglos. Las fotos, en fin, lo dicen todo. Por cierto que tampoco faltan aquí inmigrantes africanos; no tantos como en Vaasa, pero en número considerable.
El conde Louis Sparre fue un longevo pintor (¡101 años!), ceramista y artista sueco que se casó con una finesa y vivió en este país algunos lustros. Fue él quien lideró la resistencia popular capaz de detener el nuevo plan urbano que, por la llamada del crecimiento en el s. XIX, estudiaba demoler la ciudad antigua (en aquel tiempo, simplemente “la ciudad”) para modernizar Porvoo. Por suerte las autoridades comprendieron al fin su gran valor y decidieron construir una nueva ciudad adyacente a la vieja, de trazado rectangular pero con casas también de madera.
Y a finales del siglo pasado la pujanza del crecimiento atacó de nuevo, esta vez con un proyecto para desarrollar la margen oeste del río, que, frente a la ciudad vieja, estaba aún silvestre y virgen. De modo que se construyó un segundo puente y se edificaron nuevos barrios según una tipología basada en los característicos almacenes rojos de madera junto al río (que por cierto están propuestos a la UNESCO como patrimonio de la humanidad).
Mucho más recientemente, la misma estupidez humana estuvo a un tris de destruir el edificio más emblemático del casco antiguo: la catedral, cuyo techo fue incendiado –supuestamente por accidente– en 2006 por un joven majadero borracho.
Así que, gracias a haberse impuesto en el s. XIX los criterios históricos y estéticos sobre los puramente urbanísticos y económicos –de lo cual deberían haber tomado ejemplo, y aún están a tiempo de hacerlo, miles de otras localidades en el mundo, muy particularmente en España –, puede uno hoy disfrutar esta ciudad tan notable, explorar los recovecos de sus callejones empedrados y sumergirse un poco en la atmósfera de un tiempo ya pasado.