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Paseo por la amplia acera de la avenida más transitada y turística de Kiev. Un fulano algo grueso que parece ir apurado me adelanta y, al pasar, me pregunta en ruso una dirección. Lleva un auricular de móvil en su oído derecho. Le hago ver que soy extranjero, que no entiendo, y el hombre se despide apresurado con un sorry. No ha dado aún cinco pasos delante mía cuando veo que algo cae de su macutillo al suelo sin que el tipo parezca haberse dado cuenta, así que me agacho con presteza y lo recojo para dárselo. Se trata de un pequeño envoltorio de plástico transparente, sujeto con una goma, que contiene un apretado fajo de dólares. Hey, excuse me!, le grito, y cuando se vuelve hacia mí añado: you drop something.
Al alargarle el objeto, de pronto una sensación de dejá vu me asalta como un destello; pero tras un brevísimo instante me doy cuenta de que no es el típico dejá vu que nos hace pensar “este momento ya lo he vivido”, sino algo un poco distinto, como si de pronto me viese en el escenario interpretando una obra de la que alguna vez he sido espectador, haciendo un papel que no estoy seguro de poder -ni querer- repetir.
Ya el hombre ase el pequeño sobre, ya sus ojos de sorpresa y emocionada gratitud se posan sobre mi rostro, que sin duda sólo refleja perplejidad, cuando un brillo de la memoria me devuelve una instantánea, una escena idéntica que he presenciado a la vuelta de la esquina, cinco minutos antes: un señor alto recogía del suelo y entregaba a otro señor grueso con auricular un objeto que a éste se le había caído. Entonces, con esa extraordinaria rapidez con que los pensamientos se suceden a veces en nuestro cerebro, en la fracción de un segundo me dije, primero: “¡qué tío más torpe!”, e inmediatamente después: “no, es un timador”; certeza ésta que me hizo ponerme de manera automática e instantánea a la defensiva, de modo que cuando el sujeto se dispuso -oh, thank you!, thank you so much!– a agradecerme calurosamente mi amabilidad alargándome su diestra para un apretón de manos y su izquierda para un siniestro cordial abrazo, yo rehusé –you’re welcome– apartándome y siguiendo mi camino.
Fiel, no obstante, a su rutinario proceder -o quizá más bien a su guión-, cuando apenas me he separado de él diez pasos me alcanza de una carrerita y me pregunta que dónde está el otro paquete, there were two envelopes, me dice. No, contesto, there was just one. Vuelvo a darle la espalda y aprieto el paso para alejarme lo antes posible; ya no me cabe la menor duda: es un estafador, y cuanto antes lo pierda de vista, mejor; así que para asegurarme de que no va a caer en la tentación de insistir en su fraude, busco el refugio de la sociedad metiéndome en un portal donde hay un locutorio. Al quitarme de su campo visual (si es que aún me contemplaba como posible víctima) siento el alivio de haberme librado por los pelos de sabe Dios qué, pero aún no he avanzado unos metros por el estrecho pasillo cuando otro paisano me alcanza y me detiene con voz autoritaria, mostrándome a continuación una cartera con carné y distintivo que -interpreto- son de policía. Dos segundos después entra el del auricular a paso ligero, jadeando.
Por unos momentos se me viene el alma a los pies. “Ahora sí que estoy en un lío”, pienso, “¿habrá sido el tipo este capaz de llevar su farsa hasta el extremo de pretender, ante la policía, que me he quedado con su dinero?” El timador está explicándole al poli que, en principio, mis intenciones han sido honradas y he querido ayudarle, pero que hay que aclarar la situación. El policía asiente a lo que dice el otro y empieza a interrogarme. Yo pongo los ojos en blanco en un gesto de desesperación, como para indicarle que se trata de una farsa, cuando de pronto una intuición me asalta y, en décimas de segundo, decido jugármela con una corazonada. Les doy la espalda a ambos y me dijiro a la puerta del locutorio. El policía intenta detenerme agarrándome por la manga del abrigo, pero me zafo y le pregunto: but you, who are you?
Sintiendo sus miradas fijas en mi espalda, se me hacen eternos los diez escalones en recodo que me separan de la puerta tras la que espero recobrar mi libertad. Los hombres no dicen una palabra. Entro al locutorio y aguardo, temiendo verlos entrar de un momento a otro. Nada. Dejo transcurrir cinco minutos. Nada. Me asomo con cautela al recodo de la escalera: se han ido. Menos mal. Respiro aliviado y salgo a la calle, agradeciendo los últimos rayos del sol poniente.
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Un rato después, meditando con calma sobre el incidente ante una merecida cerveza, comprendí qué fue lo que inspiró mi presentimiento final. Dos hechos: primero, ¿cómo iba el estafador a haber encontrado por la calle, para denunciarme, a un policía vestido de paisano?; segundo -y esencial-, ¿desde cuándo los policías en Ucrania entienden una sola palabra de inglés? Ante estas dos paradojas, la conclusión parecía inmediata: el policía también era falso.
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Me gusta esta historia con final felíz gracias a tus corazonadas, está claro que llevabas las pilas cargadas. Lo que sí creo es que eligieron mal a la víctima de todas todas porque, en caso de haber conseguido atracarte, no creo que te hubiesen quitado mucho, aunque quizá para tí sí.
No, no me habrían quitado mucho. Pero supongo que cuando resulta uno víctima de una estafa más o menos violenta, la humillación que se siente (y consiguiente merma en la autoestima) es más onerosa que el patrimonio que se pierde. :)
Novela negra en las tierras del Norte…..Eso suena al Bloomkist de la saga Millenium o al inspector Kurt Wallander, ambos tan de moda.
Anímate, en sus novelas los dos ligan con chicas apasionantes, esquivas y atormentadas!!!
The old sailor fighting with the depraved ukranian swindlers. The beer arranged it all.
Only a little fright. Thanks good god to protect him.
Swindlers? Have you improved your English that much, or are you -like me- using a dictionary? :D
¡Qué alegría tener unas palabras tuyas por aquí, viejo marinero!
Hoy mismoen una calle que sube de Maidan han intentado conmigo el mismisimo truco en mi primer dia en Kiev, en algun sitio lo habia leido y me he evitado tener contacto con el fajo, ha sido el mismo timador que me lo enseñaba desde el suelo, pero ni caso.
Esta gente o inventan algo nuevo o se van a quedar sin ingresos.
Y también sin turismo, con el poco que deben tener ya. :-)