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En Kiev aún circulan trolebuses. El precio, 1,50 grivnas, unos 14 céntimos de euro. El billete se adquiere a bordo, de manos de una empleada del transporte metropolitano que ni siquiera se cuidará de que lo validemos en uno de los taladros de accionamiento manual que se distribuyen a lo largo del trolebús.
Al término del lento recorrido en el número 18 se llega al mismo centro de la ciudad, Maidan Nezalezhnosti, el distrito más comercial y también el más fastuoso. Y si, de aquí, se sube por cualquiera de las tres empinadas calles divergentes que escalan la colina Vladimir, se llega a la catedral ortodoxa Mijailivski Zolotoverhi (San Miguel de las cúpulas doradas), que se asienta sobre una explanada soberbiamente pavimentada.
Desde ahí, entonces, puede descenderse de nuevo hacia el río cruzando el parque Colina Vladimir, por completo alfombrado con las hojas del otoño, amarillas y ocres. El contraste de estos colores con los oscuros marrones, ennegrecidos por la lluvia; la profusión de escalinatas y veredas que cruzan el parque; la asombrosa vista del río desde el mirador sobre la colina, y la atmósfera húmeda y tristona, ligeramente lluviosa del día, se combinan para formar escenas de un romanticismo insuperable mientras se desciende por las empinadas sendas de la ladera hacia, nuevamente, la ruidosa realidad de las ajetreadas calles más cercanas al río.