Nada más llegar a Salvatierra desde Zalduendo (descrita en mi anterior capítulo) y dejar la moto dentro del recinto amurallado, me topo con esta curiosa aunque algo confusa leyenda que se exhibe junto a la Iglesia de Santa María, cabe la puerta norte de la muralla; confusa por cuanto ambos acontecimientos (la integración de la puerta norte en el palacio de los Ayala y la pérdida del condado de Salvatierra por el comunero) sucedieron casi con un siglo de diferencia, y no todo el mundo ha de saber que el Don Pedro López de Ayala “comunero” del segundo párrafo es el nieto (en realidad, el tataranieto, según un amable lector nos dice en su comentario a esta entrada) del Pedro López de Ayala mencionado en el primero. Y es que varios fueron los Pedro López de Ayala que, sucediéndose unos a otros, señorearon la Villa de Salvatierra a lo largo de los ss XV y XVI. Así, con este pequeño rompecabezas por descifrar, comienzo mi exploración de la Leal Villa de Salvatierra.
Cada vez que visito uno de estos pueblos encuentro entretenido el ejercicio de imaginar su evolución, cómo se originó o en qué circunstancias fue fundado, y me gusta mirar con los ojos de la fantasía hacia el pasado, ensayando posibles escenas de su historia.
Si me remonto a los principios de nuestra era, s. I aC., veo a los romanos, en su avance por Hispania, encontrarse con un pequeño asentamiento de pastores euskaldunes en lo alto del otero que ahora ocupa Salvatierra. Estas tropas exploradoras informarían a Roma de lo que iban hallando, y años o décadas más tarde Roma hace pasar por aquí la calzada XXXIV ab asturica burdigalam para comunicar Astorga con Burdeos. Ya tenemos uno de los pilares para que Salvatierra fuese un lugar importante en el futuro. Hay vestigios de presencia romana en la zona hasta el s. V dC. Para entonces, esta región delimitaba la frontera entre el condado de Vasconia y la Hispania visigoda.
Es posible, aunque no está claro, que sobre el asentamiento de pastores nómadas los reyes navarros fundasen en el año 824 una minúscula aldea con el nombre vasco de Hagurahin (lugar del adiós), que estuvo bajo el dominio de la corona de Navarra hasta que en el año 1200 Alfonso VIII de Castilla la conquista y la anexiona a su reinado. Y desde tan lejana fecha hasta nuestros días ha sido castellana de forma prácticamente ininterrumpida. Buscaba Castilla fortalecer sus fronteras y establecer caminos que comunicaran la Rioja con el Cantábrico, y, con esos fines, unas décadas tras anexionarse Hagurahin, concretamente en 1265, Alfonso X (el sabio) funda sobre dicha aldea una villa a la que bautiza con el nombre de Salvatierra, le concede el fuero de población y ordena que sea amurallada. Intramuros, se le conferirá el trazado característico de otras villas de la zona, como Antoñana, de tres calles paralelas orientadas de norte a sur y comunicadas por cantones, y con una iglesia-fortaleza en cada extremo. Debido a estas medidas, pronto la villa prosperaría y se convertiría en un estrátegico cruce de caminos: la vía este-oeste entre Navarra y Astorga, y la vía norte-sur entre la Rioja y el Cantábrico.
Voy explorando el lugar guiado por los hitos de información histórica (escritos con un lamentable sesgo maniqueísta y antiespañol) distribuidos por los lugares más relevantes, y basándome en ellos puedo ir reconstruyendo los hechos y eventos que conformaron la historia de esta ciudad.
Corría el año de 1367 cuando Salvatierra, bajo el reinado y dominación de Enrique de Trastámara, se vio invadida por un poderoso ejército del legítimo heredero al trono de Castilla, Pedro I (apodado “el cruel” por sus enemigos y “el justiciero” por sus seguidores); y llegaba acompañado por aliados ingleses (el afamado príncipe Negro, conde de Lancaster), gascones, franceses, navarros e incluso Jaime III de Mallorca. Ante tan numeroso ejército, la villa se rindió sin luchar. Y al morir Pedro I dos años después, su hijo Juan I de Castilla donó Salvatierra en mayorazgo al canciller Ayala, pasando luego en herencia a varios López de Ayala durante cuatro generaciones. Fue el nieto de este canciller, Don Pedro López de Ayala y primer conde de Salvatierra, el que protagonizó en 1440 los hechos que se narran en la leyenda de la primera foto, a saber: la integración de la puerta norte dentro de la fortaleza de los Ayala, que obligó a los villanoos a entrar a la ciudad pasando por el cementerio, sobre las tumbas de sus antepasados, lo que le granjeó al conde su antipatía.
Un siglo después, en 1520, el conde de Salvatierra de turno, nieto del anterior, que estaba comprometido con la causa comunera, por razones poco comprensibles ordenó a los vecinos de Salvatierra que preparasen a trescientos hombres bien equipados para sublevarse contra Carlos I y que no obedeciesen a la Hermandad de Álava. Sin embargo, el pueblo hizo caso omiso de las órdenes del conde y, en la guerra de las comunidades, la villa no fue contra el rey, sino contra su señor. El conde la cercó pero los habitantes la defendieron, gracias a lo cual pudo ser tomada por las tropas reales. El conde, vencido y hecho prisionero en Durana, fue despojado de cuanto poseía y la Salvatierra pasó a la corona real. En diciembre de 1523, Carlos I, en atención a los servicios prestados a su causa, le concedió el título de Leal Villa, destiuyó al último Don Pedro López de Ayala, “el comunero”, lo apresó y lo privó del título de conde. Este Don Pedro murió en cautiverio en 1524, sin que se sepa a ciencia cierta dónde ni en qué circunstancias.
Mientras leo documentos y hago fotografías se me pasan las horas de la tarde descubriendo los bonitos callejones de esta importante plaza medieval. Pero aún me quedan por aprender trágicos sucesos. En una pequeña placita con seis copudos árboles que la mantienen en sombra me paro un momento y leo la historia sentado en un banco.
Pese al acuerdo redactado en la capitulación, Salvatierra no se libró inmediatamente del señorío, ya que un tal Don Atanasio, heredero de la casa de Ayala, lo reclamó para sí durante décadas; y sólo en 1569 se cerró por fin, a favor de la villa, el pleito librado durante cuarenta años. Pero lo peor no fue este largo aunque incruento pleito, sino la epidemia de peste que en aquella época hizo su presencia allí, y el simultáneo y devastador incendio que sobrevino en agosto de 1564, que ardió durante veinticuatro horas y asoló Salvatierra. Tan sólo un edificio civil quedó en pie: la conocida hoy como Casa de las viudas. Hubo que tapiar puertas y ventanas de ambas iglesias, tanto era el hedor que los cadáveres desprendías, y prohibióse también el paso de ganado; pero aun así la peste consiguió salir de las murallas, produciendo una mortandad del 40% de la población.
A diferencia de otros pueblos que he visitado con la moto en el norte de Álava, toda esta zona es mucho más castellana. Los esfuerzos de los sucesivos Lehendakaris por potenciar el vascuence no han dado aquí mucho resultado, pues apenas escucho a nadie hablarlo, salvo alguna madre joven y progre para dirigirse a sus hijos. Y es que durante siglos, desde la anexión por Castilla e incluso tal vez antes, el vasco fue abandonándose poco a poco por los habitantes de la región de forma voluntaria, al ser considerada una lengua burda e inculta. Respecto a las épocas, no hay ninguna fuente de inforrmación, y desde luego no lo son las conjeturas de la propaganda antiespañola, pero es de suponer que, habiendo sido romanizada cinco siglos y posteriormente dominada por Castilla cerca de un milenio, el vascuence debió quedar desplazado en época muy temprana. Lo que, en cualquier caso, es rotundamente falso es que dicho abandono fuera resultado de una prohibición (hasta quizá el franquismo). Una encuesta de 1970 daba sólo tres vascoparlantes en la llanada alavesa. La recuperación del vascuence es, por tanto, absolutamente artificial, de raíces políticas y no históricas, así como forzada es el nuevo nombre oficial de Salvatierra: Augurain, que quiere recuperar el de la mínima aldea que hubo en el mismo lugar hace un milenio. Pero ni siquiera Juan Perez de Lazárraga, escritor en vascuence, usa el nombre de Agurain.
El sol empieza a declinar. He pateado Salvatierra durante varias horas, he recorrido sus murallas por dentro y por fuera y me he asomado a las entreabiertas ventanas de viejos edificios, con su olor a oscuro, rancio y humedad. Estoy seguro de que muchos de esos sótanos y desvanes aún duermen, casi intactos, en la quietud y el silencio lleno de ecos de la edad media.
Como reflexión un poco al margen, a medida que voy conociendo Vasconia y su historia (muy sesgada, en general, por folletos y paneles de desinformación editados por las autoridades locales), me llaman la atención dos hechos: uno, que muchas localidades de Álava se muestran orgullosas y defiendan a capa y espada los fueros que les concedió Castilla al tiempo que reivindican su hermanaje con Navarra que no les concedió fuero alguno. Otro, que reclamen su total independencia como nación cuando la mayoría de sus argumentos se basan en una anterior pertenencia al reino de Navarra. Parecería mucho más lógico que reclamasen su reabsorción por la Comunidad Navarra.
Y aún se da otro fenómeno que, aparentemente casual, a poco que haya uno visitado diez pueblos en el País Vasco parece más bien obedecer a un proyecto: en casi todas las localidades existe, en pleno centro de los lugares históricos y con frecuencia junto al Ayuntamiento, bien visible y ocupando por regla general, contradictoriamente, casas que fueron palacios de títulos nobiliarios otorgados por Castilla, una herriko-taberna con la fachada llena de etxeras (las banderas con las que se pide el acercamiento de los presos vascos). Estas tabernas, que con frecuencia ofrecen poca variedad de pinchos y pobre calidad de servicio, han de estar subvencionadas por la causa; de otro modo, es difícil entender su supervivencia en lugares turísticos tan estratégicos, considerando la mucha competencia que hay aquí en el sector de la restauración.
Hoy día, Salvatierra es un pueblo que se deja conocer bien y que hace disfrutar al turista con su visita. Las dos majestuosas iglesias en sus extremos vigilan el trazado de bonitas calles, tranquilas (gracias a la sabia restriccion del tráfico intramuros) y bien cuidadas, llenas de formidables casas cuyas fachadas adornan soberbios escucos nobiliarios. Pequeñas plazoletas de diverso aspecto la alegran, y las olbeas de la calle Zapatería, construidas en tiempos con una altura suficiente para que pudiera pasar un jinete, le dan una gran autenticidad. El ayuntamiento y la antigua ermita relucen pintados de un color quizá algo escandaloso, y no falta una infinidad de bares y restaurantes, que ofrecen sobrada variedad de ambientes y decorados donde consumir los deliciosos pinchos de que Vasconia se enorgullece y el burbujeante chacolí que produce.
Regreso despacio hacia la puerta norte, donde dejé a Rosaura. A mitad de camino efectúo el ritual de Vasconia en dos ruedas: un chacolí y un pincho. Es un bonito y cálido bar, con mucha madera y luces amarillentas, cuyo amable camarero me sirve el vino en copa helada y el pincho en plato caliente. Continúo luego caminando hacia la iglesia de Santa María. La goma de mis botas rechina en los adoquines. Antes de subirmea la BMW echo un último vistazo a la que fuera Leal villa de Salvatierra, ahora sólo Agurain, despojada de su lealtad a Castilla. Aparece ya en sombras bajo el cielo aún azul, el sol iluminando ya sólo los recios muros de la fortaleza de Santa María.
Hermoso artículo, con una necesaria rectificación para los autores de la “Leyenda junto a la puerta norte”. El comunero D. Pedro de Ayala y Rojas, Conde de Salvatierra, no era nieto del Canciller D. Pedro López de Ayala, sino su tataranieto. Murió en 1524 en la cárcel de Burgos, desangrado por orden de Carlos V, según unos y de muerte natural, según otros.
Muchas gracias por el elogio y la puntualización. Modifico la entrada en consecuencia.
Saludos.