Teñida del pesimismo habitual en el cine de Balabanov, La guerra (Война, 2002) es una entretenida e instructiva película que pretende mostrar con plausible realismo, a través del relato del protagonista durante su encarcelamiento a la espera de sentencia, el ambiente anárquico e inmerso en corrupción donde se desarrolló el conflicto armado entre el ejército ruso y los secesionistas chechenos. Mientras que el liderazgo político de Moscú no parece tener muy claros sus propios objetivos ni hacia dónde camina, y sus cuadros militares y servicios de inteligencia actúan a menudo de forma irregular o arbitraria, cuando no plenamente ilícita, en Chechenia intentan tomar el poder los caóticos señores de la guerra, con sus feudos, clanes y mafias que, además, controlan el crimen organizado de esa región (“allí todos son mafiosos”, dirá Ivan). Pero tanto en un bando como en el otro las motivaciones personales son más de índole económica que política o ideológica, y casi todos los agentes buscan, ante todo, llenarse los bolsillos con cada oportunidad que se les presente.
La trama
Año 2001. En el escenario del segundo conflicto bélico en Chechenia, Iván es un joven sargento del ejército ruso, con dos años de servicio en el frente, que lleva varias semanas preso en una base de los “terroristas” (así consideró Rusia a los secesionistas que habían tomado las armas) en las montañas del Cáucaso norte a cargo del cacique local Aslan Gugaev. Tratado como un esclavo, según la costumbre musulmana para con los prisioneros, Iván comparte cautiverio con otros militares y civiles en condiciones deplorables, malnutridos, obligados a trabajar para sus captores haciendo toda clase de faenas, golpeados a diario y, en ocasiones, mutilados o incluso decapitados a capricho del jefe.
Un día los guerrilleros traen a su campamento a una pareja de artistas británicos (John y Margaret) que han capturado en Georgia con la intención de obtener un fuerte rescate por ellos. Al cabo de un mes, Aslan decide quedarse a Margaret como rehén y soltar a John para que reúna en Londres el dinero, concediéndole un plazo de dos meses. Al mismo tiempo libera a Iván, que habla inglés, con idea de que le sirva de intérprete al londinense hasta su entrega a las autoridades rusas y, de paso, para que intente agilizar con el Gobierno el canje de un sobrino de Aslan, a la sazón condenado por terrorismo, a cambio de otro prisionero de los chechenos, el capitán Medvedev. La liberación de Iván no es económica, sino puramente instrumental, como contará el sargento a una periodista: “Soltar a un soldado no es rentable. Pagan muy poco. En Shatoi hay un mercado donde se fijan los precios. Allí se compran y se venden rehenes, se encargan asesinatos… Es una mafia controlada por los chechenos”.
A partir de ahí la película describe las peripecias de John -fructuosas sólo a medias- para intentar reunir el dinero, pidiéndoselo a familiares y autoridades, así como el regreso de Iván, ya desmobilizado, a su ciudad en Siberia, donde no le resultará fácil adaptarse porque, tras su vida en el frente, se encuentra ahora desubicado en el mundo civil y además le cierran las puertas del mercado laboral porque quienes han combatido en Chechenia son vistos con desconfianza. De vuelta en Rusia con parte del rescate, John irá hasta Siberia para para ofrecerle una golosa gratificación a Iván si lo acompaña a Vladikavkaz para ayudarlo a recuperar a Margaret. El joven accede y se ponen en marcha. Sin la colaboración de las autoridades, intentan al principio echar mano de siniestros contactos que trabajan al margen del cauce oficial, pero pronto comprenden que esa vía, controlada por mafiosos, los aboca a ser estafados o incluso asesinados, así que finalmente deciden intentarlo por sí mismos. En este punto el guión se hace un tanto inverosímil, puesto que las argucias y la destreza empleadas para salvar los obstáculos -y la distancia- interpuestos entre ellos y la aldea de Aslan, así como para sacar de allí a Margaret y Medvedev, sin más ayuda que la de Ruslan, un pastor checheno al que toman cautivo, parecen propias de una entrega de Rambo; pero, aunque por último consiguen su objetivo, no será sin penosas consecuencias para Iván, que acabará acusado de graves delitos por la justicia rusa.
Análisis (contiene spoilers)
Argumentalmente es un filme consistente: tanto los personajes como las situaciones son, en general, creíbles, y parecen tener un sólido respaldo histórico, político y social: la mentalidad y actitud de la gente, los modus operandi del ejército, musulmanes chechenos, gobiernos y autoridades implicadas (rusas y británicas), la idiosincrasia de unos y otros, etc., son fáciles de verificar en diversas fuentes periodísticas e históricas.
John es el típico anglosajón que habla a todos en inglés como si estuviera en su país, sin considerar que en Rusia nadie tiene obligación de conocer ese idioma (característico supremacismo wasp); y también el típico occidental que, escandalizado por las barbaridades de la guerra, invoca sin cesar unos derechos humanos que sólo provocan la hilaridad, cuando no la ira, de sus captores. Así se nos da a entender, con manifiesto escepticismo, que en el conflicto checheno (y probablemente en la mayoría de escenarios bélicos) los crímenes de guerra fueron lo habitual y el respeto a las leyes la excepción. Por otra parte, aunque el guión nos lo presenta como un hombre no carente de coraje, su egoísmo e ingratitud eclipsan dicha virtud, pues en varias ocasiones pone en peligro a quienes lo ayudan -e incluso el buen término de la empresa- a causa de su empeño en grabar, con una pequeña cámara, todo lo que va ocurriendo a su alrededor desde que regresa de Londres; y es que un productor británico le ha prometido una cuantiosa suma por el material gráfico obtenido. Peor aún: su puritanismo protestante y su gazmoñería humanista lo llevarán más tarde a testificar en juicio contra Iván, pese a deberle su vida y la de Margaret.
Por su parte, Iván es el paradigma del héroe de Balabanov, similar al representado por el personaje Danila Bagrov en la famosa película Hermano (Брат, 1997): un patriota ruso del común, noblote y osado, endurecido por la guerra pero que ha sabido conservar sus valores morales y los sentidos de la lealtad y la justicia. No obstante, tal vez lo menos consistente del personaje sea su decisión de regresar a la zona de guerra, ya que ni su amistad con John (simples compañeros de infortunio apenas durante un mes), ni la gratificación que éste le promete, ni un razonable afán de justicia parecen ofrecer justificación bastante para embarcarse motu proprio en esa aventura, sobre todo conociendo de primera mano los graves peligros que lo aguardan. La motivación de John se comprende, pues su novia quedó rehén y él prometió rescatarla, pero a Iván no se le ha perdido nada en el Cáucaso por lo que valga la pena arriesgar su vida de nuevo. Ni siquiera el proyecto de liberar al bravo capitán Medvedev (abandonado por el Kremlin) y ajustarle las cuentas a Aslan parecen razones suficientes para acometer una misión con escasas probabilidades de éxito.
En cuanto a Aslan, Balabanov lo presenta en términos relativamente elogiosos: aunque hombre cruel e implacable, al menos sabe bien por qué lucha. Para él no es sólo cuestión de enriquecerse, sino de religión, supervivencia histórica y sentimiento de pertenencia a su pueblo. Es un tipo lo bastante inteligente como para comprender los transfondos de la política y sacarle partido a las contradicciones inherentes al régimen de Moscú, sin que, por otra parte, la animadversión hacia sus enemigos le impida reconocer y honrar el valor de algunos de ellos. En una acertada y bien hilvanada perorara que le echa a Iván, le dice: “Entre los vuestros hay buenos elementos. Vi uno enjaulado en Vizkhayansk. Un recluso duro, fuerte como un checheno. Si gente como él dirigiera Rusia, podríais ganar esta guerra; pero de ésos tenéis muy pocos. Sois débiles y estúpidos, y vuestros dirigentes, imbéciles. Habéis perdido Ucrania y Kazajstán; habéis regalado la mitad del país; pronto los chinos se harán con el oriente. Mientras lucháis contra nosotros, poseo en Moscú un hotel y tres restaurantes; y aunque ordeñamos a los rusos como vacas, seguís pagándonos del presupuesto estatal. Te diré por qué lucháis tan mal: porque no lo hacéis por vuestra patria; os han arreado aquí como si fuérais ganado, pero yo conozco a mis ancestros desde hace siete generaciones. Ciento cincuenta años atrás ya estábamos cortándoos en pedazos. Esta es mi tierra y voy a limpiarla de perros infieles hasta que no quede un maldito ruso desde aquí hasta Volgogrado.” Estas palabras reflejan probablemente la opinión personal del director respecto a la Rusia de Putin.
Por último, el pastor checheno, Ruslan, cuya inestimable ayuda para llevar a buen término la aventura es obtenida por Iván mediante la fuerza, el chantaje y el engaño, resulta también un carácter perfectamente verosímil: un hombre no demasiado comprometido con la causa secesionista que espera obtener del ex sargento, a cambio de su colaboración (bien que forzosa), una ayuda para que su hijo entre en la universidad de Moscú; y que, por lo demás, ha sufrido en sus propias carnes el cacicazgo de Aslan, a quien profesa cierta inquina. Pero, aunque al final Iván -que en realidad no tiene ningún contacto en la capital- no sólo le respeta la vida sino que le entrega parte de su propia y bien ganada recompensa, Ruslan mostrará por último su ánimo rencoroso y desagradecido al presentarse también como testigo de cargo contra él.
Por lo demás, la representación de casi todos los actores es buena; a la altura -cuando no por encima- de la que vemos en muchas producciones de Hollywood o europeas. Se los percibe naturales, sin las muecas o aspavientos teatrales tan comunes en la escuela española y sin los ademanes estereotipados y sintéticos del cine norteamericano; si bien es cierto que las exigencias dramáticas del guión son bastante modestas: no se expresan sentimientos complejos que requieran gran pericia interpretativa.
Quizá el otro punto débil del guión, aparte la pobremente justificada decisión de Iván de emprender la aventura del rescate, sean las audaces y venturosas hombradas (en escenas equiparables, por lo demás, a las de cualquier buena película de guerra) que conllevan al éxito de la misión; pero al menos el director tiene el acierto de mantenerlas dentro de los límites de lo improbable, sin llegar a presentarnos ninguna que resulte del todo increíble.
De cualquier modo, aunque lo más entretenido de la película puede ser, precisamente, el desarrollo de tales aventuras, lo más interesante -a mi entender- es la pertinente descripción, desapasionada y veraz, del clima social y político en que transcurren los acontecimientos, así como el acierto con que se exponen las debilidades humanas: la general indiferencia por la suerte de combatientes y cautivos, las inevitables mafias que lo manejan todo, las paradojas del sistema legal y judicial, el dinero como principal motivador de unos y otros, y sobre todo -como amargo colofón- la profunda ingratitud del ser humano.
Así, por ejemplo, el gobierno ruso resulta no tener ningún interés en rescatar al valioso capitán Medvedev; y aunque al espectador no se le explica el por qué de ese abandono, quienes están un poco al tanto del transfondo de la política de Putin y conocen otros casos similares pueden suponer dos razones: por una parte, los patriotas nacionalistas de los llamados “a la derecha del Kremlin”, sobre todo si son militares, constituyen un problema para el gobierno, temeroso de un movimiento popular radical que se oponga al sometimiento de Moscú a las oligarquías nacionales y a las élites financieras internacionales; de modo que a la camarilla presidencial no le preocupa demasiado que tales hombres mueran o “desparezcan” en combate. Quizá Balabanov esté dándonos a entender que Medvedev es uno de tales patriotas. Por otra parte, en los conflictos bélicos de la Rusia actual, muchos de los intercambios o rescates de rehenes ni siquiera se hacen de manera oficial, sino privadamente por miembros del FSB (servicio de inteligencia ruso) o ex mandos del KGB, que se ganan una comisión con cada operación; y como en un canje como el propuesto no hay dinero de por medio, ya que la familia del capitán no es acaudalada, tampoco hay mucho interés en realizarlo.
Es importante saber también, para tener más claves con que entender la película, que según los rusos más críticos y fatalistas una de las causas de aquella guerra fue que el FSB y todo el aparato de corruptelas del Kremlin querían una tajada en la mafia de Chechenia (narcotráfico y otros negocios ilícitos), que la etnia local monopolizaba y se negaba a compartir. De acuerdo con esta versión, todo estaba podrido desde un principio.
Otro de los mensajes que parece transmitir este filme es cierta ponderación de la guerra, un poco al estilo de Valle-Inclán u otros autores clásicos, como actividad que convierte a los jóvenes en hombres y que, de algún modo, le da sentido a la vida. En un breve y emotivo monólogo, el avejentado padre de Iván, enfermo en un hospital, le dirá a su hijo: “Es bueno que hayas estado en la guerra porque eso te ha hecho un hombre, que es lo que debes ser. ¡Cómo me gustaría poder levantarme e ir yo también!” Quizá con esto Balabanov quiera remarcar el contraste entre los viejos tiempos, cuando se luchaba por algo con convencimiento, y la mentalidad individualista, hedonista y de enclenques valores imperante en nuestros días.
Pero quizá el aspecto más dramático y sobresaliente del guión, así como el menos halagador para el género humano, se pone de relieve cuando nos desvela cómo salen con bien los ingratos y caen en desgracia quienes actuaron con más altruismo. Así, John volverá a Londres, estrenará su película, escribirá un libro y se hará famoso; Ruslan logrará que su hijo entre en la universidad de Moscú; pero ambos van a testificar contra Iván cuando la justicia lo acusa. Sólo el capitán Medvedev dará la cara por él. De modo que únicamente sale malparado el protagonista, contra quien se dirige la maquinaria penal pese a ser sus motivaciones las menos egoístas. A este respecto, por cierto, el filme nos propone un interesante dilema: Iván, ante la inacción y desidia de su gobierno, decidió acometer de modo particular la empresa de liberar a un indefenso rehén civil y a un esforzado mando militar; pero en la refriega mueren a sus manos varios civiles chechenos — por consiguiente, rusos. La ley, desde luego, no está de su parte porque él ya no es un soldado y ninguna autoridad le ha encomendado esa misión, de manera que tales actos violentos constituyen un delito (por mucho que las víctimas civiles fueran, presumiblemente, cómplices o cooperadores en la lucha secesionista). Ahora bien: ¿es Iván moralmente condenable? Si el aparato represivo del sistema funcionase como debería y persiguiese, en proporción a su gravedad, todos los delitos de los que tiene conocimiento, quizá la respuesta a esa pregunta sería más sencilla; pero en un país donde la corrupción y las mafias, causantes de muchas y peores tragedias, campan a sus anchas con manifiesta impunidad, la justicia se desligitima y relativiza. También John, otro civil -y extranjero para más inri-, hirió o mató a varios chechenos sin que por eso nadie en Rusia o Reino Unido presente cargos contra él. Hay aquí una clara denuncia al sistema penal ruso, que se ensaña con un pobre diablo mientras deja tranquilos a los peces gordos.
A través de los ojos de Balabanov podemos percibir, no cabe duda, una seria crítica a Rusia tanto a nivel social como institucional: un gobierno vendido a los agentes económicos, un pueblo desorientado, laxitud de los valores éticos, cohecho a todos los niveles, etc. Lo que no tengo claro es si esa crítica se dirige especialmente contra el régimen post soviético como tal, es decir, si debemos entender que los sucesos (por lo demás imaginarios, pues ignoramos hasta qué grado se basan en hechos concretos) y el ambiente son consecuencia directa del derrumbe de la URSS (lugar común al que acuden los nostálgicos ideológicos del comunismo: “tras la Perestroika, la decadencia”), o si son simple manifestación de ciertas facetas negativas de la mentalidad rusa, cuando no de la naturaleza humana en general, que se ponen de relieve en situaciones propicias para ello. Muchas producciones de Hollywood tampoco ofrecen una favorable visión de nuestra especie y no por eso concluimos que la sociedad norteamericana esté degenerando. Conviene tener en cuenta que Alexei Balabanov gusta de cargar las tintas sobre los aspectos más oscuros de la personalidad, y que en su filmografía, deliberadamente sensacionalista (aunque no sea el caso de La guerra), tienen especial protagonismo los psicópatas.
Señalaré, por último, que la canción (Mi estrella, de Butusov) que cierra el film con los títulos de crédito es preciosa, de una tristeza conmovedora incluso para quienes no entiendan la letra. Sólo por escucharla vale la pena ver la película.