¿Qué es “globohomo”?

De un tiempo a esta parte me sale al paso con frecuencia, en determinados círculos informativos, una palabra cuyo significado no es demasiado intuitivo: “globohomo”. Es una suerte de “neologismo universal”, de creación artificial, que no pertenece a ningún idioma (aunque es razonable suponer que, como suele ocurrir con estas palabras, habrá surgido en la esfera angloamericana). Al tiempo de escribir este artículo no hay aún, extrañamente, una entrada para globohomo en la Wiki, y no he encontrado ni una sola página web en español donde se explique su significado, pese a que la palabreja de marras data de hace como poco cinco años.

Ofrezco en primer lugar, para quien no necesite conocer una explicación más detallada, la definición que aparece en Urbandictionary.com:

globohomo: (sustantivo, úsase también como adjetivo) Compuesto léxico de “global” (o “globalista”) y “homosexual.” Se usa sarcásticamente para denotar la filosofía predominante patrocinada por la élite económica occidental, formalmente conocida como “neoliberalismo”, que combina el capitalismo implacable de las multinacionales con una fachada de políticas social-liberales.

El objetivo final de globohomo es acabar con toda identidad nacional, étnica, racial y sexual, quedando una masa de desmoralizados ciudadanos que trabajan en un almacén de Amazon por 10 €/hora mientras un pequeño grupo de billonarios los gobierna a todos. Una turbadora visión de globohomo podría ser la que ofrece Aldous Huxley en su novela Un mundo feliz.

Aunque usado a menudo por la derecha alternativa, la naturaleza del término no es exclusivamente conservadora ni necesariamente anti-homosexual. Teniendo en cuenta que el marxismo surgió como respuesta a la explotación de la clase trabajadora, un director ejecutivo con un discurso izquierdoso pero que gana doscientas veces lo que sus empleados es una tremenda ironía.

Ejemplo de uso:

Ciudadano A: “¿Has visto el anuncio de Coca-Cola en que aparece una pareja de hombres criando a un bebé? Me alegro de que por fin las empresas apoyen causas justas.”
Ciudadano B: “Esa es la misma empresa que usó paramilitares para asesinar sindicalistas en su planta embotelladora. No es más que propaganda globohomo.”


Para intentar comprender mejor esta palabra, veamos cómo la han acuñado; para lo cual voy a basarme libremente en este artículo.

La combinación de los dos elementos que componen el vocablo globohomo adquiere un significado propio, independiente de ellos. Lo usan sobre todo los conservadores más críticos, y casi siempre en tono despectivo.

En su concepción más siniestra, globohomo es una degeneración global promovida por los medios de comunicación colectivos y encauzada a glorificar el materialismo y el consumo sin sentido, destruyendo los lazos sociales existentes y sustituyéndolos por beneficios materiales o simple placer sensual. La sociedad hacia la que se encauzan los esfuerzos del programa globohomo se asemejaría, en versión universal, a la descrita por Aldous Huxley en Un mundo feliz, donde postulaba una población felizmente sometida en masa mediante la satisfacción de todos sus anhelos animales básicos. Se trata, pues, de un curioso y tenebroso experimento social; pero ¿qué globalista no sueña con jugar a ser Dios?

La primera mitad, ‘globo’, hace referencia al globalismo y nos indica que estamos ante un fenómeno, o más bien una estrategia, puesta en marcha por los poderes globalistas y que, en consecuencia, aspira a alcanzar todos los rincones del planeta. En este sentido, la idea es eliminar las culturas locales a todos los niveles: nacional, regional, de comunidad y -sobre todo- familiar. Cualquier vínculo cultural preexistente que dé al individuo sentido de unidad y pertenencia a un grupo social y que confiera cohesión a éste supone un obstáculo para la expansión de la “ideología” que el globalismo quiere imponer, y por consiguiente debe ser erradicado o, al menos, debilitado al máximo. El individuo que se siente seguro y respaldado por su comunidad, que se mueve con confianza en su propio medio y que cree en determinados principios y valores bien asentados (por muy infundados o supersticiosos que sean, como las religiones) es mucho más difícil de manipular, de convencer o de “convertir” a la nueva religión globalista. Por eso el ideal es crear el máximo número de ciudadanos desarraigados y desamparados, que se sientan huérfanos, a fin de ofrecerles luego la -por supuesto falaz- tabla de salvación de “pertenencia a la comunidad global”; comunidad que, a la hora de la verdad, no es más que un mundo de consumidores en masa que encargan comida basura por Amazon mientras ven series basura por Netflix.

Pese a que en general son los herederos ideológicos de las izquierdas tradicionales quienes unánimemente se han alineado con el globalismo (la razón de lo cual podría ser la desaparición de la clase proletaria, que al dejar a las izquierdas sin causa a la que apoyar hizo que éstas sustituyeran la opresión capitalista por la heteropatriarcal, la racial o la neocolonial, y ahora defienden todo el programa que les ofrece el globalismo), éste está promovido por representantes del capitalismo más arquetípico, que son además, en realidad, enemigos de las clases trabajadoras y más humildes; en otras palabras: por la banca e instituciones financieras internacionales, las cuales, en su insaciable avidez por la riqueza y el poder (por muy tópico que pueda sonar, esto sigue siendo cierto) necesitan un constante abaratamiento de la mano de obra; lo cual, vía inmigración indiscriminada y deslocalización de la industria durante los últimos treinta años, ha causado en Occidente una dramática reducción de dicha clase trabajadora.

La segunda mitad del palabro, ‘homo’, hace referencia a la homosexualidad, aunque en su sentido más lato: no se limita sólo a ella, sino que incluye todas aquellas desviaciones, inclinaciones o conductas sexuales que de un modo u otro supongan rechazo o imposibilidad de tener descendencia y fundar una familia. Al ser el elemento básico y esencial de toda estructura social, la familia es también el último y más duro reducto con capacidad para oponerse al globalismo y a su pretendido adoctrinar a las masas en nuevas ideologías. Por eso la función esencial de este componente ‘homo’ es fomentar comportamientos y actitudes incompatibles con una familia tradicional “sana”, induciendo al individuo a no crear una o a desestructurar la que ya tenga.

En este aspecto, quizá el ejemplo más obvio de globohomo en acción sea el invento y popularización forzada de la moda de auto-identificarse como un “trans” de cualquier tipo. La presión mediática colectiva ha inducido a millones de jóvenes en el mundo a plantearse que ellos “también” podrían ser “realmente” del sexo opuesto al de su nacimiento. Esta transexualidad se promociona intensamente a causa de su enorme potencial destructivo, ya que todo joven que “decide” que es una mujer tiene bastantes menos probabilidades de fundar una familia (no digamos ya una saludable) y bastantes más de perjudicar a la suya a causa de los disgustos que -posiblemente- ocasione a sus hermanos, padres y abuelos.

En consecuencia, y como es lógico, casi toda la tribu de quienes tienen algún tipo de disfunción psico-sexual se encuentra o bien entre los coadyuvadores a globohomo, o entre sus aplaudidores; pero, curiosamente, no entre sus creadores: ellos, las élites globalistas, suelen tener familias bastante sanas y, no infrecuentemente, numerosas. ‘Homo’ es para el populacho, no para ellos.

Al mismo tiempo, la estrategia globohomo pone enorme énfasis en otorgar el derecho legal (ex novo si es preciso) a cosas que nadie habría creído necesarias de no haber sido previamente convencido (como casarse con otro hombre, lo cual ni siquiera se les había ocurrido a los auténticos homosexuales), es decir, a cosas que la gente ni pide ni precisa, en tanto que procura deslegitimar o presentar como “retrógradas” y “reaccionarias” actitudes o aspiraciones que toda persona normal solía hacer y querer hasta hace sólo unas décadas, como por ejemplo sacar adelante a una familia con un único salario. Los medios de comunicación colectivos llevan lustros trabajando de manera incesante para crear en nosotros la impresión de que la vida es ahora mejor de lo que fue nunca antes (gracias a que ¡por fin! hemos superado el azote de la homofobia), cuando la realidad es que, en general, el “bienestar autopercibido” está disminuyendo.

Es relevante mencionar que otra de las estrategias globohomo claves son sus decididas iniciativas en apoyo y promoción de las políticas de incremento de la inmigración africana, musulmana e iberoamericana (siempre, claro está, bajo el lenitivo epígrafe de “refugiados”, que toca mucho mejor la fibra sensible de la población objeto), pues dicha masa humana tiene la doble virtud de aumentar el suministro de mano de obra barata y socavar los consolidados lazos naturales de solidaridad preexistentes a nivel nacional o regional.

De todo lo anterior se sigue, por otra parte, que el movimiento globohomo es profunda y manifiestamente anti-espiritual, como evidencian tanto la insaciable avaricia y el fetichismo consumista del capitalismo moderno que lo impulsa, como la fijación hedonista con la pedestre búsqueda del orgasmo que fomenta. Esta obsesión con los genitales, lo material y lo superficial, junto al desprecio por la búsqueda y el conocimiento espirituales, son patrones mentales directa o indirectamente asociados, entre otras cosas; a una característica común: el terror a la muerte, típico -aunque no exclusivo- de las personas sin fe.

Globohomo tiene, además, las propiedades de un cáncer, de modo que una vez aparece tiende a expandirse por sí solo hacia el espacio cultural, destruyendo la auténtica diversidad que quedaba (que aún queda) y sustituyéndola por una Disneylandia colectiva para beneficio económico y perpetuación -mediante el control social- del satu quo de sus creadores: una clase supranacional que, por definición, carece de lealtad hacia nación ni estado alguno. La creciente preponderancia de este fenómeno es una de las principales causas por las que muchas personas en todo Occidente sienten que su calidad de vida está disminuyendo a pesar del evidente progreso material y tecnológico de nuestras sociedades.

Acerca de The Freelander

Viajero, escritor converso, soñador, ermitaño y romántico.
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